La ley es una. El poder legislativo la saca adelante.
El judicial la aplica. Las sentencias no se discuten, se acatan o se recurren. Los
jueces no están para hacer malabarismos ni para sacarle las castañas del fuego
a ningún gobierno. Distinguir entre leyes y justicia, insinuando que a veces
hay que doblar aquellas para cumplir con esta, es una pirueta verbal inaceptable.
Las leyes hacen la justicia, y sólo se puede hacer justicia aplicando las
leyes. Si no la hacen, cámbiense las leyes o háganse otras nuevas.
Que la retroactividad de la “doctrina Parot” sería
anulada por el Tribunal de Estrasburgo es algo que se veía venir. La técnica
jurídica, a la que los jueces se deben (y esta es una cuestión técnica), es la única
garantía de igualdad y justicia que poseen los ciudadanos. En ella radica la separación de poderes. Los únicos responsables
de que terroristas sanguinarios que nunca se han arrepentido de sus crímenes salgan
a la calle sin haber cumplido un año de prisión por cada asesinato cometido,
son los gobernantes de hoy y ayer que no han sido capaces de reformar el
Código Penal ni de llevar a las Cámaras leyes nuevas para anticiparse a la justa injusticia
a que su inacción ha conducido. ¿Se puede sufrir que aún tengamos que oírles echar
la culpa al empedrado, o al arquitrabe, al magistrado López Guerra o al maestro armero? ¿Para qué
queremos a los políticos? Vergüenza es poco.