domingo, 27 de octubre de 2013

VERGÜENZA

     La ley es una. El poder legislativo la saca adelante. El judicial la aplica. Las sentencias no se discuten, se acatan o se recurren. Los jueces no están para hacer malabarismos ni para sacarle las castañas del fuego a ningún gobierno. Distinguir entre leyes y justicia, insinuando que a veces hay que doblar aquellas para cumplir con esta, es una pirueta verbal inaceptable. Las leyes hacen la justicia, y sólo se puede hacer justicia aplicando las leyes. Si no la hacen, cámbiense las leyes o háganse otras nuevas. 

Que la retroactividad de la “doctrina Parot” sería anulada por el Tribunal de Estrasburgo es algo que se veía venir. La técnica jurídica, a la que los jueces se deben (y esta es una cuestión técnica), es la única garantía de igualdad y justicia que poseen los ciudadanos. En ella radica la separación de poderes. Los únicos responsables de que terroristas sanguinarios que nunca se han arrepentido de sus crímenes salgan a la calle sin haber cumplido un año de prisión por cada asesinato cometido, son los gobernantes de hoy y ayer que no han sido capaces de reformar el Código Penal ni de llevar a las Cámaras leyes nuevas para anticiparse a la justa injusticia a que su inacción ha conducido. ¿Se puede sufrir que aún tengamos que oírles echar la culpa al empedrado, o al arquitrabe, al magistrado López Guerra o al maestro armero? ¿Para qué queremos a los políticos? Vergüenza es poco.

lunes, 21 de octubre de 2013

EN VENDIMIAS


LA SANGRE FRÍA

Brillaban aún las uvas
lavadas por la aguada de la aurora,
y la baba de buey, al primer sol,
tiraba pasarelas fragilísimas
de cepa a cepa. Aún vimos más señales:
las pisadas de un corzo y el estrago
de una perdiz en los racimos bajos.

Atacamos por linios. Parecían
las vides otoñadas sonrojarse
por dar cumplido el fruto.
Mano a mano medraban
los cestos. Sobre ellos, una escuadra
de avispas levitaba, enajenada.
Por retraer la faena, los más jóvenes
se lanzaban colgajos o se hacían
untosos lagarejos. Los mayores
de las cosas del pueblo daban cuenta,
el habla hecha al refrán:
“San Isidro Labrador
buena nos la preparó.
Todo lo abrasó el hielo.”

                              Almorzamos. El pan
iba de mano en mano, y el porrón. A la fresca
no sé qué instante eterno nos tumbamos. Venía
un olor a tomillo a capricho del aire. Regresamos
a la viña. Unas nubes piadosas
del sol nos abrigaron. Los silencios
más espesos se oían. Ya la tarde
se desangraba en arreboles mórbidos
cuando el curvo garillo arrancó el último
racimo indiferente.
                                                                   Atemperados
los rigores de antaño, faltó sólo
dejar la dulce carga sin nostalgia
en manos de la alquimia y el tiempo que conviertan
sudor en sangre fría.
                                                                    Zazuar, 3-10-11 (de Lo breve eterno) 
                     

sábado, 19 de octubre de 2013

AFORISMOS DE ÁNGEL CRESPO

Antes de escribir hay que aprender a no hacerlo.

Para ser capaz de decir algo hay que renunciar a decirlo todo.

Lo callado amplifica lo dicho.

No es cierto que se pueda encontrar poesía en todas las cosas; sí lo es que todas las cosas pueden encontrarse en  la poesía.

Quien quiera hacer una gran obra poética ha de trabajar en ella con pereza y constancia.

Con el tiempo, contra el tiempo.

La poesía no busca el misterio, sino la verdad: por eso es misteriosa.

Escribir poesía es inventar lo cierto: como si no lo fuera.

El poeta toca una flor y la convierte en flor. Y no hay metamorfosis más profunda.

La poesía no pone los puntos sobre las íes, sino las íes bajo los puntos.

Todo pensamiento sistemático conduce al absurdo; sólo la intuición poética descubre los fundamentos de la verdad.

Sí hay algo nuevo bajo el sol: cada poema verdadero.

A cada poeta se le lee en su obra y en la de los demás. Por eso, leer a un solo poeta con olvido de los otros es no leerlo.

Poesía real e inaprensible: como en un espejo.

Una imagen bella vale más que todos los silogismos.

No cambies: varía.

Cuando se lo corrige con disminución, el poema se hace más nuestro; con aumento, más del aire; sin lo uno ni lo otro, más de sí mismo.

Bajo cada poema hay otro más precioso que él, como un tesoro. Todo es cuestión de querer y saber cavar con fe.

Corrección no es arrepentimiento, sino reiteración y, a veces, reincidencia.

Quien no se contradice no se dice.

No escribas para el presente ni para el futuro, sino para los capaces de entender.

Esas poetisas que se conforman con desnudarse.

La sabiduría no es fruto de la ciencia, sino de la conciencia.

Hay almas -y pueblos- que son como un estanque al que se arrojase una piedra y no produjese ondas.

Somos lo que incesantemente estamos dejando atrás, lo que todavía no somos.

Unamuno veía bien, pero oía mal.

Debussy escribía en un espejo; Stravinsky, detrás del espejo; Schönberg, en el marco del espejo.

Bach: "¡Creo!" Beethoven: "¡Lucho por creer!"

El verdadero mundo de la pintura es invisible; el de la música, inaudible; el de la poesía, inefable.

martes, 15 de octubre de 2013

DOS RESEÑAS

     Parece ser que algún hacker ha puesto en jaque a blogger, resultando imposible actualizar los gadgets, que son los apartados que aquí se ven a la derecha. Mientras se subsana el asunto, dejo aquí para la afición dos reseñas de Lo breve eterno que han aparecido últimamente. Por venir de poetas (y no añado aquí adjetivos a su valía, sino la recurrente reflexión de que tal condición, la de poeta, es mucho menos frecuente de lo que se nos quiere hacer creer), por venir de poetas, digo, son para uno especialmente valiosas.

Enrique García-Máiquez en su blog Rayos y truenos                         Martín López-Vega en El Cultural.es


sábado, 12 de octubre de 2013

PACIENCIA

       Tenía clase con A. Es una adolescente muy desarrollada para su edad. Sin ser guapa tiene una cara de brujilla que le confiere cierto atractivo; y tiene, claro, la juventud. Entró el curso pasado en la prueba de acceso a 1º de grado medio, el primero de los seis cursos de ese segundo nivel, después de los cuatro del elemental. A sus trece años, presenta una pavitis aguda. Su madre, en nuestra primera tutoría, me informó sobre sus problemas en el instituto, tanto de rendimiento, como se dice ahora, como de conducta. Confesó, como si con ello se quitara un peso de encima, “desesperada me tiene”. Y tras una pausa se atrevió a preguntar: “¿tú tienes niños?” Buscaba sin duda una complicidad a la que no podía corresponder.

       La niña es, desde luego, angulosa y racheada, pero desde el primer día vio en uno a alguien con quien podía sincerarse hasta el desahogo. Cuando al paso de los meses, ganada cierta confianza, le hice ver que debía ser menos arisca, me sorprendió con una confesión que allanaba el camino: “es que estoy pavo total”. Es el tipo de frase que ni el más visionario de nuestros clásicos hubiera imaginado que podría llegar a pronunciarse. “Un poquito, sí”, condescendí. Como tampoco con la flauta hizo un buen curso, fue a septiembre, y comoquiera que vi que había trabajado durante el verano, aunque la técnica no está donde debiera para su curso, la aprobé.

        A la vuelta de las vacaciones, a los profesores nos sorprende el estirón de los alumnos. Nos parece que ese nuevo cuerpo traerá dentro, o debajo, una nueva persona; y seguramente es así, pero rara vez lo advertimos durante los nueve meses durante los que les vemos casi todas las semanas. Cuando en la primera clase le hice observar a A. que llevaba la mochila muy baja y eso era malo para la espalda, respondió: “Ya lo sé, pero es que queda muy mal arriba, me da palo, es como de pueblo”. “Vaya, ¿y de dónde eres tú, tú no eres de Tordesillas?” “Sí, pero es un pueblo grande”. Hicimos la prueba. Ajustó las correas y se calzó la mochila sobre la espalda. Se miró al espejo. “¡Qué horror!”, exclamó. Yo intentaba convencerle de que ir a la última es muy antiguo, y que si se ponía la mochila bien a las dos semanas todos los de su clase la llevarían igual, y al mes, todo el instituto. Puse algún ejemplo de la ridiculez de las modas. “¿A ti te gusta que a los chicos se les vayan viendo los calzoncillos?” “Hombre, a ver, si es un poquito sólo…” “Pues es una guarrería, es antihigiénico y antiestético. Y ¿por qué tengo yo que ver los calzoncillos de nadie?” Entonces, ay, respondió riendo: “Si se ve sólo la tira está bien, y mejor si pone Calvin Klein…” Aquello, por inesperado, me dolió un tantico, pues intenta uno educar en todo, también en que nadie es mejor por vestir así o asá, o por tener dinero para comprarse ropa de marca, o por ser de pueblo, ya sea pequeño o grande, y piensa si antes de enseñar el doble picado a la criatura no debió haber empezado por ahí. “Ah, no sabía que eras pija”. Naturalmente, protestó: “No soy pija… soy elegante”.
         Y estos son nuestros tiempos, y este es el ganado con el que tenemos que lidiar.

lunes, 7 de octubre de 2013

DE SILENCIOS Y FINALES

    Cuántas veces habremos pensado lo ameno que sería armar libros temáticos de poesía. Escoger un asunto (la luz, el mar, los árboles, los niños) y poner a parlar a versos de todo pelaje, época y lugar. Se ha publicado uno de estos libros, con la particularidad de que sus poemas han sido escritos por autores españoles nacidos en el siglo XX. Vida callada es, por decirlo mal y pronto, un libro sobre el silencio. Es un buen libro. En el prólogo, el poeta Antonio Moreno, que es quien hace la selección, escribe: “Acaso el poeta más avisado sabe que el poema verdadero nace cuando las palabras del suyo acaban.” Algo parecido recordamos haber leído en José Luis García Martín: “La obra maestra de cualquier poeta es el silencio que sigue a su último verso.”

Pero la calidad de ese silencio, su textura, si pudiera decirse, depende de aquel último verso, y es ese silencio distinto después de un final que concluye que después de un final que pregunta. Final que pregunta es por ejemplo el de “Rama desnuda”, de Andrés Trapiello; hasta ese último verso es “sólo” un poema memorable. Pero cuando el poeta, después de sorprenderse de que la rama que ha podado en el invierno se haya llenado de brotes con la primavera, se pregunta: “Y tú, mi viejo corazón, ¿no aprendes?”, lo lleva más lejos –más alto– al convertir la naturaleza, su observación, en espejo de su sentir y el de todos, con no menor belleza y verdad que lo hiciera Machado con su olmo seco. También pregunta el final de “Amandiño”, en el que Miguel d´Ors, tras recordar interpelándolo al amigo de un verano, se pregunta: “qué habrá sido de ti, qué habrá sido de mí”. Y sí, qué habrá sido de mí, reflexiona emocionado y confuso el lector. Igual de suspensos quedamos al leer aquel poema de José Cereijo que comienza “Armónico murmullo de las hojas”, para seguir enumerando primores de la tarde como las flechas palpitantes del canto de los pájaros, el aroma de las flores o la hondura del crepúsculo, para concluir: “Escucha, siente, mira, goza, aprende: / todo esto tiene que morir, y canta.” Estos finales, que dicen más de lo que dicen y despiertan en nosotros un callado oh, tienen la virtud añadida de dejar abierta una generosa puerta para que cada cual complete el poema según su experiencia. Hacen bueno el aforismo de JRJ según el cual lo entrevisto se ve mejor y dura más que lo visto. A mí me gusta comparar el silencio que resuena tras estos finales con el que sucede a la detonación de un arma de fuego. 

    Hay otros finales que abrochan el poema, resumiéndolo, cerrando el círculo, como si dijéramos; así el de “Despedida”, de José Luis García Martín; en él, tras resignarse ante la pérdida de su joven amada, el poeta acierta a consolarse pensando en lo que conservará atesorado en la memoria (“pero cuánto me dejas al dejarme…”), que es el mismo caudal que habría ido perdiendo, acaso más dolorosamente, de tenerla a su lado, para terminar con otra memorable paradoja: “Siempre joven serás en mi recuerdo: / fíjate cuánto gano si te pierdo.” En “Desencanto”, Francisco Bejarano nos convence de que no es pose banal la melancolía, sino que “es cierta la nostalgia”, que las “distantes historias recobradas” deberían estar o más cerca, para poder volver a ser posibles, o más lejos, para no seguir trastornándonos con su posibilidad, para concluir: “No es posible vivir sin lamentarlo.” Otro final concluyente es el de “Batería”, en el que Julio Martínez Mesanza resume la injusticia que toda guerra encierra; el dístico final sintetiza la idea que han apuntado los versos que lo preceden: “cada uno es responsable de su parte / y nadie es responsable del estrago.” A estos finales le gusta a uno compararlos con el emboque sonoro, seco y decidido de la bola negra en la tronera. No los compararía uno, como ha leído últimamente en no sé qué fanzine posmoderno, con el puñetazo que deja al lector en la lona: no se trata de noquear ni de epatar, sino de convencer, más bien de persuadir.

    Sea como fuere, los finales son importantes, acaso lo que más en un poema... siempre que hayamos sido capaces de llegar a ellos. Por eso empieza uno sus poemas siempre que puede por el final, sin el cual me obligo a no continuar. Antes de echar a andar tiene uno que saber a dónde quiere llegar. Otra cosa es caminar al tuntún. Bien para un paseo (de hecho son los mejores paseos), malo para la literatura, nefasto para la poesía. Los finales sentenciosos, con marchamo de aforismo, facilitan que el poema quede en la memoria. Por eso siente uno el aforismo un género más cercano a la poesía que a la prosa, igual que las greguerías. Eso sí, como deformación si no profesional sí de género podría tomarse aplicar a la prosa la manía de los finales rotundos, ya sean carambolescos o detonantes, así que dejaremos esta así, lo que agradecerá sin duda mi cabeza, que empezaba a echar humo.

miércoles, 2 de octubre de 2013

AFORISMOS DE MANUEL NEILA


Nadie es perfecto; lo malo es que quienes más partido sacan de semejante entelequia son los menos perfectos.

Lo malo no es que existan los poderosos, sino que se prodigue la ambición de poder. Sin público en las gradas, el espectáculo del poder no tendría ninguna gracia.

Para él sólo existen dos clases de hombres: los que saben conservar su dignidad y los otros.

No se trata de atesorar conocimientos, sino de instaurar en cada individuo su mejor posibilidad.

En materia de sentimientos, todos somos autodidactas.

Despojemos al hombre de su capacidad de asombro y admiración. Y ¿qué nos queda?

La intimidad es el escenario personal donde los instintos y las pasiones luchan a vida o muerte.

Recurre al insulto porque le falta la inteligencia suficiente para servirse de la ironía.

El valor de un escrito reside en el temple, en el tono, en la actitud. Vale decir: en aquello que no puede ser escrito.

El estilo solemne se combate con el estilo chulesco, que es su adversario legítimo; pero sólo se vence con el estilo natural.

Lo contrario de los lugares comunes no son las ideas ingeniosas, sino las verdades que nadie quiere oír.

Hay algunos libros de hoja perenne... y muchos, muchos libros de hoja caduca.

Es preciso escribir contra el llamado espíritu del tiempo si se quiere perdurar en el tiempo..., así sea por unos años.

La superstición de la cantidad se cae por su propio peso. Cualquier joven ha leído más libros que Platón y Séneca juntos, pero difícilmente ha sacado tanto provecho.

Lo inesperado sucede a cada instante. Pero nosotros rara vez estamos allí para comprobarlo.

Las estrellas no precisan de los hombres para existir, pero sin los hombres no serían estrellas.

Mediante la escritura literaria, interiorizamos el rumor del mundo y, al mismo tiempo, exteriorizamos el humor del alma.

Frente a lo sagrado que esclaviza, la poesía restituye lo sagrado que libera: el murmullo incesante de la materia, la melodía sucesiva de la vida, la alegría infundada de existir.

La única eternidad que nos está permitido alcanzar es la del instante.

La verdadera poesía es un don; corresponde al poeta el oficio de expresarla y la dignidad de merecerla.

Aforismo de carácter natural: el copo de nieve que provoca finalmente una avalancha.