“He echado lo que es una cucharada”,
contesta mi suegra al preguntarle si ha añadido tomate a la salsa. Y si alguna
salvación tenía el dichoso “lo que”, que me ha parecido bien como dosificador,
había de llegarme por boca de ella. También, todo hay que decirlo, pegan en el pueblo sus patadas, pero cuando aciertan qué belleza. Como cuando dice mi suegro de alguien al que se le ha ido la cabeza que no sale el sol para él, o de alguien feo que es difícil de mirar.
A lo que
no encuentro salvación posible es al aún más dichoso “en plan”, con el que me
tienen frito los alumnos, sobre todo los adolescentes. Lo utilizan antes de un
ejemplo casi siempre innecesario. Yo se lo afeo, indesmayable, cada vez, pero
siguen en plan... Al menos ya se dan cuenta y se disculpan tras cada
reincidencia. Ya es algo.