Hoy
tengo un año más que hace una semana, y ya ni cosquillas. Como la
Nochevieja. Estamos bien. Quiero y me quieren, tengo salud y el dinero
suficiente como para no pensar en la salud ni en el dinero. Pero también un clavo más en el
ataúd. Claro que la alternativa a no cumplir años es bastante peor.
Pero, como respondería un entrenador de fútbol si le preguntan por las
consecuencias que tendría una derrota, no contemplo esa posibilidad.
Quizá debería.
Salgo a pasear entre las viñas. Son caminos que aún no conozco ni quiero conocer. El placer del paseo depende de que tenga un algo de aventura. Cruzo entre los sembrados de cereal, llego hasta los tres almendros a los que iba a leer cuando paseaba a las niñas en el carro, recién dormidas pero despiertas, seguro, al olor del tomillo y al canto del pinzón. Cerca un hombre con dos niños quema unas gavillas. Miran en silencio al fuego, que toma nota del ocaso. Sigo caminando al tuntún, llenándome de campo, evitando los caminos principales. Cuando ya no es de día ni es aún de noche, y ya no se oyen pájaros, escucho a Weyes blood, tan delicados como la tarde. Sus canciones, más que consabidos esquemas de estrofa y estribillo, son una sucesión impredecible de flechazos (¿al corazón, a la cabeza?), como los de esos poemas largos de Mario Míguez: Mis versos, lo sé bien, son sólo indicios. Qué imposible decir qué son mis lágrimas. Y de pronto un arreglo de cuerda que araña la piel. Mi alegría se cifra en estas lágrimas pues mi verdad es mi única alegría. Y unas voces que nos devuelven al niño que escuchaba en el coche a Mocedades, con súbita congoja que la sola presencia de sus padres pronto conjuraba. No intento interrogar este misterio, soy un niño y me basta con amarlo.
Soy un niño de 44 años, y debería bastarme con amarlo.
Weyes blood: "Be free"
(de Front row seat to earth, 2016)
Weyes blood: "Do you need my love"
(de Front row seat to earth, 2016)
Weyes blood: "Away above"
(de Front row seat to earth, 2016)