miércoles, 24 de abril de 2019

MANUEL ALCÁNTARA


Llevas toda la vida leyendo en el periódico de tu pequeña ciudad las columnas de un hombre y un buen día (es un decir) se lo llevan los años y te das cuenta de que era algo más que un columnista. Si Victoriano Crémer alcanzó los 102 años, Manuel Alcántara “se quedó” en 91. Antonio Manilla, como ambos poeta pero articulista, recuerda en su Cuerpo a tierra a su compañero del Diario de León, “poeta atado a una columna, prisionero gozoso del periodismo”. Recaman su semblanza, delicada como todo lo suyo, versos e imágenes de Alcántara como la de las estrellas haciendo “propaganda de Dios allá en el cielo” o la de la muerte como un espejo “donde uno mira y mira sin ver nunca”; una poesía necesaria hasta en la crónica periodística (y quizá en ella más que en ningún otro sitio), donde la actualidad, dice Manilla, es la tierra, pero las alas las pone la poesía.

Una selección de la escrita por Manuel Alcántara fue editada por la Junta de Andalucía bajo el título El porvenir de ayer es ya recuerdo. Poemas & Columnas. Se puede leer aquí. Descanse, sí, en paz.

lunes, 15 de abril de 2019

DOS DEDICATORIAS, Y II


“Este es uno de los libros más abruptos ineptos y chabaca[ne]ria infantil que he ojeado, y digo ojeado que no leído porque ni dice nada ni participa en nada. Si encontráis algo peor leerlo.
Y pensar que mi obra “Púrpura en el viento” quedó finalista frente a esta bazofia… Así está el mundo de la No Poesía, así ven los jurados tanta idiotez. ¡En fin, así nos va!”
Qué pena no poder dar a esta historia su final: de Púrpura en el viento, si existió, no hay rastro en la red. Si su sintaxis era la misma que la de la No Dedicatoria, mejor que no haya existido. Pero que me quiten lo bailao: primero la emoción de dar con un libro de versos dedicado (eso creía) por su autor, y después el asombro por el hecho de que alguien se tomara la molestia de quedarse a gusto, con caligrafía bella y pajaritos en la firma, con quien supuestamente le levantó el premio. Aunque, bien pensado, quizá haya cierto cálculo en ello: no es mala estrategia promocional, si bien un poco cara, la de poner el título del libro de uno en la portada de otro para luego venderlo. Si no, a qué indicar que el suyo fue declarado finalista por un jurado al que luego descalifica: acertó al destacar su libro (era tan superior que no podía ser de otra manera, parece pensar) pero falló de modo garrafal al no darle el premio (movido, seguro, por oscuros intereses clientelares). A mí me tocó la pedrea: que el autor de la chuscada convirtiera involuntariamente un libro que no vale nada en un ejemplar curioso. 2 euros tenían la culpa. Lo compré, por supuesto.

viernes, 12 de abril de 2019

DOS DEDICATORIAS, I


¿Quién no ha echado de menos un libro, quizá prestado, quizá condenado en una mudanza a cualquiera de las cajas del trastero, quizá delante de sus narices pero invisible? El de Punto y aparte de Miguel d´Ors era, más que un extravío, una pérdida. Sospechando que pudiera estar en León peiné la casa familiar sin éxito. El único ejemplar que vi en internet fue vendido en Todocolección el 10 de junio de 2018 por el muy razonable precio de 27 euros. Alguien se me había adelantado. Perfectamente podría ser ése mi ejemplar, pensé. Supuso cierto consuelo saber que Renacimiento editará la poesía completa de d´Ors. Pero cada libro es cada libro. Mi ejemplar anotado, con su inocente fecha y lugar de compra en la página de cortesía, todo el asombro, la maestría y la belleza de esas páginas y esa edición que tocaron mis manos veinteañeras, esas, no volverán.
Estábamos a punto de salir hacia la estación de tren. Por la razón que fuera, una cesta de mimbre que mi madre había pintado de rojo y en la que guardaba papeles suyos, revistas y algún libro estaba sobre el arcón del pasillo. Pensaba que nadie la habría tocado desde que nos dejó, hace ya 24 años. Siempre me sobreviene ante las cosas de mi madre una mezcla de curiosidad y de miedo a la tristeza paralizadora. Pero terminé por desgranar aquella polvorienta silva. Y allí apareció el libro, con su cubierta de papel negra, sus letras azules y rosas y su gracioso león. No pude dejar de pensar lo de siempre, que mi madre sigue velándome como cuando dormía en sus brazos. A mi padre le faltó tiempo para compartir ese pensamiento y decirme que me lo llevara. Pero a la emoción vino a añadirse la magia cuando abrí el tomo y no vi rastro de mis marcas a lápiz, y luego me encontré con una dedicatoria a mi madre de su hermana Geles. Mi madre guardaba otro ejemplar de ese libro. Qué sentiría al leer sus poemas, qué habríamos hablado ella y yo si la enfermedad no se la hubiera llevado demasiado pronto (siempre es demasiado pronto) es algo que vive conmigo desde entonces. El hecho de que mi tía, madre de Javier Almuzara, tuviera la sensibilidad de compartir lo mejor de lo mejor con mi madre, ya en lo peor de lo peor, me atravesó de una emoción que es también orgullo. Yo no sé qué será eso del honor, pero lo más próximo que imagino es este orgullo de un linaje construido por amor no ya a las letras, sino a la belleza.