Hace un año estaba de quedada, escuchando música, charlando y bebiendo cervezas con tres amigos. Nos reunimos, si se da bien, dos veces al año, una de ellas en febrero, donde se concentran en cinco días los cumpleaños de tres de nosotros, quintos además. Una vez puestos al día, ya entrados en materia, nos vamos turnando para poner canciones en el loft de T. Quizá F. habría puesto este año este tema de Booka shade que me envía para felicitarme (porque nos vemos poco, pero las canciones rulan todo el año), aunque quizá pusiera este otro de Agar agar, o este de Pional.
O bien, porque T. siempre sorprende, y casi siempre para bien, dejaría para más tarde el bombo a uno y pulsaría la oscuridad de Screaming for Emily o a la luminosidad de Nada surf.
Ch., "el abuelo", contraatacaría bajando sabiamente revoluciones, o subiéndolas, según el caso, con Fejká, Christian Löffler o ese temazo de Kid Francescoli con el vídeo tan molón:
Y yo, según, lo mismo podría ser este pepino de Neuman (aunque igual me cortaría por los 12 minutos que dura y lo pondría desde el minuto 5), que esto otro más retro de Nation of language. Pero como la música de baile es la querencia general, acabaría poniendo esto de Extrawelt (no sin decirle a T. que a partir del segundo minuto me recuerda a "Marionette" de Mathew Jonson), o esto otro tan bueno de Rone que se merece el vídeo:
Y como al fin y al cabo esta quedada virtual es mi fantasía, seguiría a los mandos y bajaría de nuevo revoluciones sólo para poder luego volver a subirlas, por ejemplo en este orden: Amusement parks on fire (y esto le gustaría a T.), Nicolas Godin (y esto le gustaría a F.), Bicep (y esto le gustaría a Ch.) y Dominik Eulberg (y esto nos gustaría a todos):
Y ya saldríamos a probar la noche, un tanto aturdidos, con la certeza triste de que nada de lo que escuchemos en los bares podrá estar a la altura de Grimes, Massive attack o Jori Hulkkonen, que también sonarían. Condena de una estirpe que salía principalmente a escuchar música. Esto existió, yo he escuchado en los bares, aun en una ciudad tan pequeña como León, a Booka shade, a Matthew Jonson, a Nada surf, elegía dónde ir en función de la música, un patinazo del pincha era motivo para cambiar de parroquia, volvía a casa con nombres de grupos y canciones apuntados en papeles. Qué será de los bares nocturnos cuando pase la peste. ¿Reflotarán, se hundirán definitivamente? Todavía hay quien piensa en un click que devolverá nuestras vidas a lo de antes, en que habrá un Renacimiento callejero y "volveremos a abrazarnos", y se llenarán los cines, los pubs, las salas de concierto (no todo va a ser follar). Hay que ser muy joven para eso. Uno ya va sentándose a veces para mear. Lo que seguro que nos queda (porque sólo de dos, o de cuatro depende), es la amistad. Se merece un esfuerzo. Y un brindis. Con música, claro.