El mejor homenaje que se le puede rendir a un poeta, vivo o muerto, es leerle. Aquilino Duque nos dejó hace unos días. Es autor de novelas, ensayos, libros de viaje, artículos, traducciones y diez libros de poemas (siete de ellos, más un avance de Entreluces, recogidos en Poesía incompleta, Pre-Textos, 1999). En 2011 La isla de Siltolá editó una antología, Reloj de arena, que acaso sea la mejor puerta de entrada a su obra poética. En ella escribió a modo de prólogo unas líneas tituladas "Ensimismamiento", y en ellas lo que sigue:
"En lo que a mí respecta, siempre he dicho que la poesía es mi punto de partida y mi punto de llegada; que de ella vengo y a ella voy. A través de ella he aspirado a ser una de las pocas cosa serias que se puede ser en el mundo: un portador de valores eternos. Sólo así puede el poeta, o el que por tal se tiene, conservar su verticalidad, mantener su jerarquía, sobrenadar en la miseria moral de unos tiempos de prosperidad (...) La miseria de los tiempos que corren se manifiesta no sólo en la degradación del pensamiento, sino en el encallanamiento de la palabra. Y ahí es justamente donde yo veo la misión redentora del poeta, porque es la palabra del poeta la que siempre queda frente a la palabrería olvidadiza de los que al pueblo lo degradan y lo encanallan. Ahora bien, para decir esa palabra, el poeta tiene que hacer oídos sordos a los ecos de su tiempo, y eso sólo lo va a lograr ensimismándose.
Luego lo dice en verso:
MIS PODERES
La verdad de la patria está en el oro
en que cambia lo verde con el sol del otoño.
También el sol pone amarillos
en las estanterías los lomos de los libros.
Los libros y los árboles, y el otoño entre ellos,
la lluvia en los cristales, la lumbre en el brasero...
Hoy que nadie me escucha, consulto mi memoria
y busco en la hojarasca el oro de las horas,
de las horas mejores, de las pocas palabras
con las que quise y quiero hablar con los que callan,
vivir por los que mueren, recoger del pasado
lo que el futuro espera tendiéndome las manos.
La nave de los campos va aferrando sus velas,
se deshojan los árboles y los libros se agrietan,
y apenas caen dos gotas, la fresca vida estalla
en el fuego incruento de las rojas granadas
que se agrietan y se abren día a día en lo verde
áureo de su arbusto... Ésos son mis poderes.
(De Las nieves del tiempo)