martes, 28 de junio de 2022

DIARIO DE LIORDES, Y II

 

Escarmentado con la cola que tuve que esperar ayer, aproveché para sacar también el billete para el primer teleférico de hoy, a las 9. El desayuno del hotel está mejor que bien, con fruta, un sobao como un adoquín y dos frisuelos bien ricos, aunque le salían mejor a abu. A la ventaja de estar ya caminando a las 9:15 se suma la energía que aportará tan sólido forraje. Mi intención es subir por la canal de San Luis en dirección a la horcada Verde, si se tercia ascender la torre de Altaíz o el pico San Carlos (o los dos ya que están juntos) y seguir hacia el tiro de Casares para cruzar la canal Ancha, bajar hasta el lago Cimero y volver por Liordes y los Tornos. Tenía la excursión de ayer por aperitivo de la de hoy, pero pronto veré que era más bien al revés.

La canal de San Luis sube cómodamente en dirección a la colladina de las Nieves y la Padiorna. Debo dejarla a mi izquierda para girar en dirección a la torre de Altaíz, que he rodeado. Unos hitos mal puestos me llevan a abandonar la senda antes de tiempo, tragándome el pedrero del hoyo. Habría sido mejor apurar el camino y cruzar a más altura por unas traviesas rocosas. Los pedreros son buenos para bajar (siempre que la piedra sea menuda) pero malos para subir. Al pisar la piedra en la pendiente, resbala. Si bajas, fenomenal: te baja; pero si subes es un esfuerzo doble. Pronto llego a un collado que da a un primer hoyo (o jou, como lo llaman los asturianos), el hoyo del Sedo. Ya se divisa, a la derecha, la horcada Verde, que me recuerda a una de esas ciudades deprimidas y algo dejadas porque no quedan de camino de ningún sitio. A mi izquierda tengo un pico bastante alto cuyo nombre no conozco. Miro el plano. Sólo aparece un punto con la cota: 2356 m. Si subo Altaíz y San Carlos tendré luego que bajar de nuevo al hoyo y volver a ascender en dirección al tiro de Casares.

Me da pereza y decido seguir y olvidarme de estos picos y de la horcada Verde. Hay cierto placer en la renuncia, sobre todo después de la liada de ayer. Llego al collado que deja atrás el hoyo del Sedo y ya diviso la collada Ancha, por la que pasaré, y detrás las Colladinas y el cordal del Friero, y aún más allá el macizo occidental, presidido por el perfil aguileño de Peña Santa de Castilla. Llegar a un collado es, después de hacer cumbre, el mejor momento para un montañero. Se ha salvado un relieve y se ofrece el siguiente, con bajada para empezar. Y esa nueva panorámica nos lava los ojos mientras el aire nos lava la piel.

A mi izquierda tengo el pico sin nombre que antes veía de frente. Lo de sin nombre es un decir. Todo tiene un nombre, o lo tuvo. Este pico es suficientemente alto como para ser tenido en cuenta (mide más que la Padiorna, al otro lado de la colladina de las Nieves) y no le hacen sombra otras cumbres cercanas. Lo ataco en un gozoso cresteo de diez minutos que será lo mejor del día. En la cima hay un precioso buzón con forma de escultura en metal de un montañero. Su placa revela que a otros llamó antes la atención esta ausencia de nombre: “Cumbre del 2000 y pico. 2356 m.”

Desde la cumbre se ve que se podría descender directamente a la vega de Liordes, llegando hasta el camino que baja de la Padiorna y enlaza con el que sigue hacia Collado Jermoso. Pero me apetece pasar por la collada Ancha, que tiene un bonito nevero, así que vuelvo sobre mis pasos hasta el collado de antes, al que sigue un nuevo hoyo. Bordeándolo hacia la derecha llegaría en breve al tiro de Casares. Pero sigo recto en dirección a la collada Ancha por un precioso y cómodo sendero hitado que, pasada la collada, bordea sin perder altura el siguiente hoyo, el de Los Llagus, hasta la primera colladina camino de Jermoso.

Pero mi intención es acortar hacia la izquierda en dirección al lago Cimero, que vi ayer desde la cumbre de torre Blanca. Hay en este hoyo grandes neveros. En uno de ellos, tumbados o sentados, nueve o diez rebecos combatiendo el calor. Son bastante confiados y no se mueven hasta que, a 20 metros de ellos, empiezo a bajar el nevero a saltos en su dirección.

Es llegar al lago y empezar a tronar. Hago una foto rápida y giro en dirección a la arcádica vega de Liordes.

Empieza a llover. Saco el chubasquero y pongo la funda a la mochila. Toca acelerar el paso. El chaparrón dura unos diez minutos, y le sigue un viento fresco delicioso. Al inicio de la bajada por los Tornos, que salva en un decir amén un desnivel de 900 metros, hay una estación meteorológica en la cual se registró en la madrugada 7 de enero de 2021 la temperatura más baja de la historia de España: -35,8˚. Los Tornos de Liordes, que se llaman así por las continuas vueltas del camino, se bajan bien, pero la subida, que no he hecho ni espero hacer, tiene que ser mortal. La senda va pegada a la ladera izquierda del monte según se baja, evitando el argayo central, a la que llaman canal del Embudo. Al otro lado de éste se ven, preciosas, las terrazas herbosas de la peña Remoña.

Por fin conecto con el camino de la Jenduda. Llego al coche a las tres.


sábado, 25 de junio de 2022

DIARIO DE LIORDES, I

 

Dispongo del viernes y el sábado para trotar nuevamente por Picos de Europa. Voy a la zona de Fuente Dé. Esta vez haré noche en un pequeño hotel cerca de Camaleño. El viaje desde Valladolid, de unas tres horas, tiene parada obligada en Moarves de Ojeda y su magnífica portada románica (el interior, a excepción de una pila también románica, no ofrece tanto interés).

Paro en el hotel a dejar las cosas y llego al teleférico sobre las diez. Me espera un caos de excursiones de institutos, ciclistas que pretenden subir con las bicis en el funicular y hordas de guiris lechosos. Toca esperar. Dos horas después estoy arriba. Lo malo es que la última bajada es a las seis, y dudo que me dé tiempo a llegar. Quiero subir la Torre Blanca por el refugio de Cabaña Verónica y la collada Blanca, y bajar por el mismo sitio. Calculo: en Verónica a la una y media, en la collada a las dos, cumbre a las tres y a las cinco o cinco y media en la estación superior de El Cable. Pero estas cuentas de la lechera rara vez se cumplen. No tienen en cuenta las 200 fotos que haré, ni los demorados descansos, porque uno no viene aquí a correr, sino a mirar y admirar, ni las veces que pararé por el placer de consultar el plano si acaso no reconozco alguna cumbre.

En las inmediaciones de Cabaña Verónica, el refugio guardado a más altitud de la Península (2325 m.), aparecen los primeros fósiles, sobre todo de crinoideos (esos que se parecen a los huesos de santo), lo que indica que de esta altura hacia abajo todo era agua. Es el momento de embuchar, y ahí aparecen las chovas piquigualdas, tan atrevidas que casi comen de la mano.

El terreno que sigue hasta la collada Blanca es bastante caótico, con continuas brechas y agujeros que hay que ir salvando, poniendo a veces las manos. Prefiero perder un poco de altura hasta un nevero que llega a la collada y permite seguir un ritmo uniforme. La nieve está en su punto de dureza y da mucha seguridad.

Desde la collada Blanca ya se ve el circo de Torrecerredo, hasta ahora tapado por el Tesorero, y el final de la canal de Dobresengros; también el Tiro Callejo y el hoyo Trasllambrión, con el Llambrión al fondo. Otra parada y un buen trago. La ola de calor se lleva mejor en altitud, pero aunque el aire es más fresco el sol atornilla inmisericorde. Cada poco tengo que beber, y empiezo a dudar de si tendré suficiente con los 3,5 litros de agua que cogí. Remato la subida por la cresta con puntuales desvíos a la ladera izquierda cuando el terreno lo dificulta. En la cima hay dos buzones.

Con sus 2619 metros, la de Torre Blanca, o Peña Blanca, es la cumbre más alta de Cantabria (cima que comparte con León), seguida de Peña Vieja (2617). Las vistas son magníficas, si bien el grupo del Llambrión, Tiro Tirso y Las LLastrias tapan el macizo occidental. Hago el selfie de rigor y la foto panorámica: la cresta de Altaíz, San Carlos, Torre del Hoyo Oscuro, Madejuno y Tiro Llago; la Remoña y la Padiorna enmarcando la vega de Liordes, Torre Salinas, Torre del Hoyo de Liordes y el Friero; más cerca el lago Cimero, y enfrente y a tiro de piedra el Tiro Tirso y el Llambrión; ya a la derecha el Tiro Callejo, la Palanca, la Celada y Puertas de Moeño; y tras el inmenso Hoyo Grande, los Picos de Dobresengros, Cabrones y Torrecerredo, las horcadas de Caín y don Carlos; en primer plano el Tesorero y los picos de Arenizas, y más atrás la Párdida y el Neverón, el Naranjo, los Campanarios, los Tiros Navarros; y ya Horcados Rojos, los Picos de Santa Ana, Peña Vieja y Peña Olvidada. Son casi las cuatro y ya veo que para llegar al último teleférico tendría que bajar a escape y por el mismo camino. Para las pocas veces al año que puedo venir aquí no me apetece andar a la carrera, ni desperdiciar la ocasión de caminar por sitios que no conozco, así que asumo que tendré que bajar por la Jenduda para salvar los 1500 metros de desnivel que me separan de Fuente Dé. Anochece muy tarde y hay que aprovecharlo. Esta resolución me anima a bajar todo tieso por el nevero y luego llegar hasta el otro lado de los hoyos Sengros, que para subir bordeé por el otro lado. Saltando por la nieve parece mentira que se pueda bajar en dos minutos lo que se tardó en subir una hora. Me lo paso como un indio, o mejor como un niño, lo que de niño queda en mí.

Luego sigo a media ladera por la base del Tiro Llago hasta el Tiro Casares. Esta zona es un tanto inhóspita, hay que ir buscando el mejor sitio, pues no hay camino. En ello se pierde mucho tiempo, porque hay que ir salvando las grietas que el agua ha ido labrando en la caliza. Es la parte más penosa del día. Aunque la peña me da sombra, la soledad es enorme, y el terreno incómodo. Se están juntando nubes y nada sería peor que me atrapara una tormenta en la estrecha canal de la Jenduda. Con esto de robinsonear me pasa como con los sacrificios en ajedrez: por uno que me sale bien me salen diez mal. De pronto siento frío en la cara. Sube de una sima con nieve en su fondo, una nieve que llevará ahí siglos. Los Picos de Europa son considerados el Himalaya de la espeleología. Su terreno kárstico ha propiciado que, si existen unos 20 “menos miles” en el planeta, la mitad estén aquí.

Llego por fin al Tiro Casares, por el que se pasa hacia el refugio de Collado Jermoso (mañana haré parte de ese veredero). Desde aquí ya conozco el camino, que enseguida pasa por debajo de la Horcada Verde. La senda desciende por pedrero, pero los argayos la han roto en mil sitios. Han debido de caer unas tormentas tremendas. Los neveros hacen en su superficie unos dibujos circulares que no son sino el relieve del granizo que los creó.

Casi no me queda agua, pero estoy cerca de Fuente Escondida. Paso por una bocamina que se introduce 100 metros montaña adentro (los conté el día que subí el Madejuno). La fuente está tapada por un gran nevero. No tendré más remedio que beber nieve. Retiro la capa más superficial y lleno una cantimplora. Echo la poca agua que me queda y agito. El calor la irá derritiendo poco a poco, al ritmo justo para poder ir dando tragos pequeños. Ya llego a la Vueltona y me cruzo en el camino de El Cable con tres rebecos, los únicos del día. Se distingue bien el tajo de la Jenduda, quizá la canal más estrecha y pindia de Picos (con excepción del final de la horcada de Pambuches). Hay a su inicio un mínimo valle herboso que es una delicia pero que, por la razón que sea, a muchos les parece inhóspito.

Luego el relieve se desploma, pero la bajada es más o menos cómoda si se va pegado a la pared derecha, evitando la piedra menuda. Al final de la canal hay una gran roca empotrada por la que hay que destrepar. La recuerdo de la única vez que bajé antes por aquí, con mi padre, hará unos 30 años. A la precaria cuerda que había entonces han añadido una cadena para agarrarse y escalones soldados a la roca. Salvado ese paso la canal se abre y hay que ir tendiendo hacia la izquierda, abandonando el argayo que la continúa, que da a un desventido, palabra que es sinónimo de “cortado” y que no figura ni en el diccionario académico ni en el Nuevo Tesoro ni en el CORDE ni en ningún lado, y que por eso yo usaré siempre que pueda (la conocí en una placa en Camarmeña). El camino sigue en zigzag hasta unirse con el que baja de los tornos de Liordes.

Con la tontería llego al coche a las nueve, pero tengo tiempo para ducharme antes de cenar. Qué placer, después de una paliza como la de hoy, sentir el agua fresca sobre la cabeza, comer sentado en una silla y no sobre piedra, dormir en una cama. Paseo la cena por el barrio de Lon. Paso un buen rato en el atrio de la ermita oyendo a los pájaros sin más, con un dulce olor a boñiga. Por el balcón abierto del cuarto entra el ruido del arroyo que atraviesa el pueblo. Cuando me tumbo aún entra luz.


sábado, 18 de junio de 2022

GALLINAS QUE ENTRAN

De vez en cuando llega una notificación: nuevo disco de Royksöpp, EP de Beach house, nuevo single de Nation of language. Y nos aguantamos las ganas y esperamos el momento propicio para escucharlos. Luego la mayoría de las veces esa ilusión, esa espera y esa noche en el patio con luna y sin tiempo valen más que lo que escuchamos. Pero siempre son más las gallinas que entran que las que salen. No esperaba ya nada del último disco de Placebo, y lo dejé en la tercera canción; sí lo esperaba del de Likke Ly, pero tampoco. Sin embargo, no hay semana sin sus dos o tres deslumbramientos en forma de canción ni sin su grupo a seguir. El de esta semana serán The legends; y las canciones, de Susumu Yokota, Mega bog y 070 Shake.

“Long long silk bridge”, de Susumu Yokota, empieza como la introducción de El Carnaval de los animales. Pronto entra una base rítmica a medio tiempo que recuerda a la época dorada del chill-out, tan injustamente denostado. Luego entran unas cuerdas que durante un minuto mantienen la música como en suspenso,  a la espera de una concreción de estos brochazos sonoros en una melodía más reconocible. Y esa melodía, que entra en 1:38 y alimenta la base rítmica de la que a la vez se alimenta, es de una sencillez que sobrecoge. Termina el tema de manera un tanto abrupta a los escasos tres minutos, y se pregunta uno por qué no alargarían, con sugestivos cambios en el ritmo, tan encantadora melodía. Yendo al disco se comprende: Symbol es una especie de miniatura en la que Yokota (cuya música, que no conocía, me recuerda a la de Isao Tomita) rinde homenaje a Debussy, Vivaldi y sobre todo Saint-Säens (con samples de obras célebres suyas) en temas que en su mayoría no pasan de los tres minutos.

Susumu Yokota: "Long long silk bridge" (de Symbol, 2004)


“Station to station”, de Mega bog, es una balada cuyo encanto está, una vez más, no tanto en lo que suena sino en cómo suena. La voz casi susurrada, tan al natural que no se la ha tocado en las notas graves, a las que llega mal, se ve apoyada por teclados tan tristones como brillantes. Cortes como los de 1:58 o 3.45 sólo hacen agradecer la nueva caída del tema, y ya acabamos en manos de la canción, sencilla por demás.

Mega bog: "Station to station" (de Life, and another, 2021)

“Skin and bones”, de 070 Shake, alias de la veinteañera estadounidense Danielle Balbuena, me hace no perder del todo la esperanza respecto a la música popular contemporánea. Mis hijas, de seis años, son inevitables víctimas del reggaetón, las chaneles y la indecencia dizquemusical imperante. Dudo mucho que puedan apreciar a Bob Marley, a la Creeedence o a Yes, al menos de momento. “El requetón es la mejor música del mundo”, me restriega con desfachatez Andrea con toda la intención. Sin embargo, con una canción como esta pienso que sí pueden conectar. Es otra balada (llamémosla así), qué coincidencia, con teclados punzantes y nostálgica hasta herir. La letra no es ninguna tontería. “Tú me tratas como si fuera algo más que piel y huesos, y eso cambió mi vida”. Aquí el valor añadido lo aportan los juegos de voces (con disonancias que van y vienen) y, sobre todo, el sabio tratamiento de la voz, que se beneficia de un buen uso (esto es, sin abuso) del autotune y, puntualmente, del vocoder. 

070 Shake: "Skin & bones" (de You can´t kill me, 2022)