-Pues bien podré pasar por do han pasado. / -Podrás, mas no quedar como quedaron.
Las madres murieron, a respecto que tuvieron los partos trabajosos y mortales.
Toda su ocupación era correr monte, volar aves, que todo lo demás parecía tener puesto en olvido; y lo que sobre esto sentían sus vasallos era que no curaba de casarse ni quería que le hablasen en ello.
Para hacer sus hechos, y salido al corral, [...]
Fue tanta la conversación de Fabio con su hermana Fabela, que se enamoró de ella, y a mal de su grado cumplió su carnal apetito y la hizo preñada.
Pereció en una terrible tormenta sin quedar persona a vida.
Siriaco, un mancebo, era fama que había habido lo mejor de ella.
Embarcado el rey Apolonio y la reina su mujer con los embajadores y capitanes y gente de pelea [...]
Sosegada ya la bravosa y pestífera fortuna [...]
Las chicas piedras suelen mover las grandes carretas.
A los soldados que iban huyendo salían las madres y sus mujeres al encuentro, que volviesen a la batalla; y viendo que no querían, alzándose las madres sus haldas y mostrando sus vergüenzas, a voces altas decían: "¿Qué es esto? ¿Otra vez queréis entrar en los vientres de vuestras madres?" Los soldados, de vergüenza de esto, volvieron a la batalla con grande ánimo.
En breves días alcanzó de ella cuanto quiso; y las más noches dormía con ella a su contento, porque secretamente subía por cierto lugar oculto, con una escalera de cuerdas, a la media noche, cuando todo hombre sosegaba.
Desenvainó de su espada, y poniendo el pomo en tierra para echarse sobre ella, acudió Dulcido, su hermano, y le trabó del brazo, diciendo: "¿Qué es esto, Ricardo? Y ¿has perdido el seso, que una mujer te ha de hacer salir de quicios? ¿No sabes que son todas variables?"
(De El patrañuelo, de Juan de Timoneda)