viernes, 27 de enero de 2012

ME ASOMBRO

Echada la jornada, camino lentamente hacia casa. Al rebasar la solitaria farola del paseo reparo en mi sombra. La rastrera. La gregaria. ¿Para expiar qué pecado, qué engaño o soberbia de qué remoto héroe fuimos condenados a arrastrar como un fardo el negro fantasma de nuestra carne? Porque debió de haber un tiempo cenital en que nuestra figura corría ligera sin lastre de sí, y no hallaba en el suelo el hombre la amarga constancia de su atadura a la tierra. Sin embargo, proseguimos. Queda atrás la farola. El lúgubre reflejo se sabe más cierto a cada paso. La proyección de mi figura se alarga, deformándose hasta lo grotesco. Su contorno se difumina. Sabe que acabará conmigo. Píndaro también lo supo: seres de un día somos, el sueño de una sombra.

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