Dejar sobre el papel el
instante, como el niño que guarda una moneda para luego, para poder
recobrar siquiera una parte del calor de aquella hora de luz: unos
minutos de la primera noche del año en el balcón, a solas
con la monserga de la fuente; un paseo de buena
mañana por las callejuelas del Barrio Húmedo, sorteando la muda
desolación de serpentinas, antifaces y gorros de papanoel pisoteados, en dirección al rastro de Zapaterías, donde adquiero casi de balde
las Obras Selectas de Gómez de la Serna en Plenitud,
mil monedas para luego…
Dejar aquí el instante a sabiendas de
que el árbol de ese recuerdo irá perdiendo sus flores, sus hojas y
hasta sus ramas, hasta ser sólo tronco, tronco mondo, pero tronco al
fin.
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