“Adiós,
honor, en el primer acto público”, se lamentaba Paul Klee en un
poema refiriéndose no recuerdo si a su primera exposición. No fue
para tanto. Es más, fue bueno, a pesar de la sensación del
progresivo alejamiento de mis poemas (o tal vez eso es lo bueno). El
exiguo pero complacido auditorio –jugaba en casa–, participó y
propició que aquello acabara siendo una mesa redonda –sin mesa–
en la que habríamos seguido leyendo y hablando otro tanto. Mejor
así.
Redondeó
el día un concierto de Nudozurdo en el antiguo matadero, un almacén
gigante del ayuntamiento rebautizado como Laboratorio de las Artes de
Valladolid (LAVA, que no falte el acrónimo). La actuación empezó
–parece de rigor– media hora tarde, lo que uno habría firmado.
Pero a la hora, el cantante, tras decirle algo al oído uno de los
organizadores al final de un tema, comunicó contrariado que tenían
que tocar la última. Otra delarrivada. Salí y me puse esa última
canción, “Dosis modernas”, en el móvil. Como es lenta, tardé un poco más en llegar a casa, al
acompasar su pulso con la cadencia del pedaleo, que es la mejor manera de escuchar la música en marcha, a su ritmo.
Hablé
de este grupo y de este tema en otra ocasión.
Pienso, en esta doble embriaguez sin ebriedad, que un lector ideal
sería el que entonces hiciera por escuchar esa canción. Para ese
(después de para mí) escribo.
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