Ha llamado Carlos mientras cenábamos en la caravana. Iba con Sandra
y los niños hacia el Villamar. Les he invitado, pero he cometido el
desliz de añadir que no teníamos mucha comida. De todos modos no
habrían venido. A continuación he incurrido en un segundo error: le
he dicho a mi hermano, aunque no en un tono que no pudieran oírlo
los demás, que mi invitación no ha resultado muy creíble. Me ha
mirado fríamente y no ha respondido. De la anécdota, que me impide
disfrutar plenamente de la cena, concluyo que, pasada la juventud,
para la que justamente se concede una medida indulgencia, nada se
castiga como la duda; que aquel que es consecuente con sus
convicciones y las lleva a término, así sean las más disparatadas,
es respetado. Pero el que duda...
Castro Troenzo
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