Escuchamos que había 35.000 manifestantes (serán los recortes) donde había, si no un millón, varios cientos de miles (y no es que nadie los contara de uno en uno, pero hoy día existen métodos de recuento con un margen de error pequeño). Leímos de buena mañana -La Razón, ABC- que la huelga había fracasado, antes de iniciarse las manifestaciones, uno de sus indicadores más fiables. Escucharemos que los que no se han sumado a la huelga, muchos de ellos bien por temor a represalias por parte de su empresa, bien por no poder permitirse renunciar al sueldo de ese día, no están de acuerdo con lo que en ella se reivindicaba, de lo que se deduce que apoyan la actuación del gobierno. Escuchamos también entre divertidos y atónitos el todo por la huelga pero sin la huelga del PSOE, corresponsable de la situación a la que se ha llegado, y vimos a diputados de ese partido mostrando en el parlamento carteles en los que se leía: "Hay culpables, hay soluciones" (suponiendo que se consideren la solución, sería la primera vez que la solución es el problema). Escuchamos también, emocionados, la voz de los inmigrantes defendiendo sus derechos y los de todos, la sanidad que les quieren negar, la educación que nos quieren arrebatar, acaso por una razón tan simple y despreciable como apuntalar la superioridad que la actual clase gobernante cree poseer.
Y vimos y veremos en sus televisiones, incluida la de todos, las imágenes de los incidentes, de las cargas, de los inaceptables piquetes llamados coercitivos, que coparán más tiempo que las de las pacíficas y multitudinarias manifestaciones. Y con el alma aún encogida, escucharemos a miembros del gobierno y del PP repetir con su más cínica sonrisa, también la más natural, la consigna de la "normalidad". Terrible normalidad, y peligrosa, tanto más cuando observamos las maniobras del gobierno por prohibir que se grabe a las fuerzas del orden. Veremos también los intolerables desmanes cometidos por los violentos, siempre prestos a pescar en río revuelto. Pero lo que no veremos en ninguno de sus telediarios será cómo algunos de estos encapuchados, demostrados reventadores de manifestaciones, gastan porra y pinganillo.
Lástima que no fueran a la huelga los que tendrían que hacerla indefinida.
Me quedo con la última frase, que es tan dolorosa como verdadera, pero me pregunto si muchos de ellos no habrán ido, el seguimiento, por mucho que digan, ha sido masivo. Tiene que ser indefinida, claro, o ¿acaso no es indefinido también el castigo, la humillación y la muerte que administran?
ResponderEliminarSalud, Sergio
Manuel Marcos
Asco y tristeza.
ResponderEliminar