Qué mal me pareció (y se reían).
Para celebrar el final del curso preparé una fiesta sorpresa en el aula.
Refrescos, snacks, platos y vasos de plástico, rollo de cocina; hasta un mantel
me preocupé de llevar. Ténganse en cuenta mis empeños para ponderar la
decepción que siguió. Llegaron estos al punto de acudir cinco minutos antes de mi hora por
que lo vieran todo preparado al entrar (esfuerzo heroico en la empinada rampa del final del curso). Los alumnos iban llegando y tomaban posiciones en
torno a la mesa, nunca tan bien abastada. Mientras tanto, iban pasando de uno
en uno al aula de enfrente, más pequeña, para ensayar con el pianista la pieza
que tocarían hora y media después en el concierto. Yo entraba y salía, quedando entonces la cuchipanda al cuidado de
la profesora en prácticas.
Ellos enredaban tranquilamente en sus asuntos. Es bonito ver a los niños y no tan niños (la edad de mis alumnos oscila entre
los 8 y los 18 años) en una situación distinta de la habitual. Se aprecia entonces en ellos otra desenvoltura, pareciendo mayores. Era el momento de preparar mi jugada maestra: “Pero para que esto sea una fiesta falta algo, ¿no?”
“¿Globos?”, preguntó un inocente lebrato. “¿Cerves?”, no pudo evitar chancear uno de los
mayores. Hasta que otro sugirió: “¿Música?” Y ahí fue cuando saqué
del bolsillo, como el mago saca el conejo de su chistera, el último disco de Daft Punk, una
marcianada funky irresistible que puse a generoso volumen. “Hasta podéis mover
el esqueleto”, dije dando una palmada y arriesgando un giro a lo Maicol. Los
más pequeños empezaron a menearse tímidamente; los mayores se miraban algo
corridos.
A esto salí
del aula y al volver me encontré con que habían quitado el disco y habían puesto la
radio, que sonaba mezclada con la cochambre rapera que salía del móvil de un
adolescente. “¿Y la música?” “La quitamos, es que no
animaba mucho”, respondió con burlona sonrisa la profesora de prácticas, que no había dudado en
pasarse al otro bando. “Pues yo llevo un mes animado con ese disco”. Las risitas generales ponían sal en la herida. Tantos años luchando por educar su gusto
musical y así me lo pagan.
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