Cansancio de inacción, cansancio de sofá. Discutimos porque metió en el
friegaplatos una fuente que ocupa la mitad de la parte de arriba, pudiéndose
fregar en un momento a mano y aprovechar más, pero fregando a mano se gasta más
agua, ya pero es que así hay que ponerlo cada dos días, pues para eso es, etc.
Una fuente en el friegaplatos. La cosa queda así, cada cual en su razón, lejos.
Llegará un día, pienso, la frente en el cristal, en que uno de los dos daría
todo por pasar una tarde más con el otro. Una tarde como esta. Querría haber
llorado. No lo dije.
viernes, 28 de febrero de 2014
martes, 25 de febrero de 2014
COFESIONES DE UN PEQUEÑO POETA (UNA LECTURA)
Preparo la lectura de los Viernes del Sarmiento. A la hora de escoger los
poemas me atengo al gracioso adagio tantas veces oído a mi padre, que pronunciaban
los músicos en el segundo pase de la verbena: la misma que hay gente nueva.
Pienso de todos modos que habría que intentar evitar el ambiente funéreo de
otras ocasiones. La trascendencia, a la que uno modestamente aspira, no tiene
por qué estar reñida con la sonrisa (me valdría con que quien escucha sonriera
por dentro, pero cómo saberlo). No sé, modular más la voz, o intercalar algunas
prosas, por desengrasar. En una lectura en Gijón, Javier Almuzara, viendo lo
cargado que estaba el aire poético, leyó los versos de uno que se podrían
subtitular “El poeta se imagina a su amada corrigiendo exámenes”. No es precisamente el mejor poema de los que quedaban por leer,
pero es el que el momento requería.
Ya en la
lectura, durante la presentación de José Antonio Valle, suena un móvil. Lo que
sigue es algo tan natural como monstruoso: si el dueño del teléfono no lo oye,
este sigue sonando, cuatro, cinco, seis veces. Con el corazón en un puño, como
suele decirse, yo confiaba en que, en el peor de los casos, las leyes acústicas
contribuirían a poner fin a aquella situación brutal, pues aunque el sonido se
propaga en todas direcciones (emisión irradiada), el receptor la asocia a un
punto determinado (percepción direccional). Así, todos acabaron mirando a una
mujer de unos setenta años angelicalmente sentada en la primera fila. Todavía
tardó la responsable del desafuero, cuando fue advertida, en dar con el artefacto, estratégicamente
sepultado en su bolso, pero la cosa pasó de la esfera de lo indignante a la de
lo inconcebible cuando ni corta ni perezosa descolgó para decir, con un volumen
acorde a su sordera, que en ese momento no podía hablar porque estaba “donde la
poesía”.
Luego la
lectura va bien. Disfruto leyendo, pero no explicándome, así que cada vez
explico menos. Hay mucha gente, sobre todo mayores, por no decir ancianos. Yo
les agradezco la presencia a todos. También a los que dan cabezadas en la
última fila. Me intento animar pensando que estoy contribuyendo a una pequeña felicidad,
acaso, me ilusiono, su mejor momento del día. Al terminar, la señora del móvil
viene la primera a decirme que a ella le gusta mucho la poesía, que en el colegio sacó
sobresaliente. “¿En lengua?” “No, no, en poesía.” Luego coge el ejemplar en que
leí. “Y este libro, ¿me lo podría quedar?” Lo hace siempre, me dice Amparo.
Cómo sería la cosa que hasta mi ponderado amigo Luis Guillermo Alonso me
confiesa haberse quedado con ganas de hacerle a la señora “un amable
reproche”.
Luego tomo
algo con José Antonio y Araceli, madrina de estos actos. Hay también una pareja
de asistentes habituales a las lecturas. Él tiene ascendencia leonesa (sus
padres son de Ambasaguas). El amor común a las riberas del Curueño y el Torío
convierte en placer la obligada papeleta de la conversación. Ella es una rubia
oxigenada muy enjoyada y gestera. Cuelga de su cuello un cigarrillo electrónico
al que de vez en cuando da una extasiada chupada. “Esta es mi flauta
travesera”, chancea con dudosa gracia. Replico que por las dimensiones y la
dirección al tocarla, la suya es una flauta de pico. Una sopranino. Pero ella,
o porque no escucha o porque no entiende o porque no está dispuesta a renunciar a su
chascarrillo-cigarrillo, lo repite en cada succión. Araceli, tan despistada, más desde la
muerte de su marido, el poeta Andrés Quintanilla, es entrañable y cariñosa. Leo
mucho por las noches, me dice. Qué voy a hacer, no puedo dormir… De la
caudalosa conversación de José Antonio Valle siempre se desprende alguna pepita
de ley. “La poesía es la compañera perfecta para la vida.” Con las mismas les
dejo, paladeando esta última golosina camino del coche.
miércoles, 19 de febrero de 2014
viernes, 14 de febrero de 2014
EN EL TREN
Como
vuelvo en tren a mi paisaje, que es como volver a casa en casa, voy
sobre nubes. Abro el cuaderno de los poemas y anoto algunos títulos:
“Historia
universal”. Paso dos hojas. “A una rosa modificada genéticamente”. Dos
hojas
más. “Colirrojo”… No es que sea gratis soñar, es que nos paga, y lo hace
en
intangibles que –es humana condena– la mayoría de las veces nuestra
ceguera
convierte en imperceptibles. Quién sabe. La idea, claro, está, y el
final, que
es el principio. Ya sólo falta escribirlos, el verso que nos den las
avefrías
que descansan sobre los panizos anegados, el de la cinta leve de los
chopos, el
verso libre de las nubes sonámbulas, el verso blanco de los montes nevados,
del
Curavacas al Teleno. Y, no menos necesario, el sinuoso arroyuelo tutelar
de
los versos pasados con su caricia de amor propio.
martes, 11 de febrero de 2014
SÉ VALIENTE: ESPERA
“A la poesía, joven poeta impulsivo y
rebuscador, no hay que acorralarla.” (JRJ)
“Sé paciente; espera / que la palabra
madure / y se desprenda como un fruto / al pasar el viento que la merezca.” (E.
de Andrade)
Esta es, intuyo, la poética a la que ahora
me debo. En otras palabras, escribir sólo los poemas que no pueden dejar de ser
escritos.
viernes, 7 de febrero de 2014
LLUVIA ADENTRO
Yo no sé si la lluvia sucede en el pasado. Pero de que sucede en el presente no me quedó ninguna duda esta tarde. A la bici tampoco. Y si esas primeras gotas que parecen pedir permiso para acariciar nuestro mundo caen como sobre las teclas de un piano los fríos dedos de una niña entre nostálgica y enfermiza, cuando van a más son los zarpazos del niño malcriado que lo aporrea a dos manos, vanguardista a su despótica manera. Nos quedamos, naturalmente, con la niña y sus lánguidas maneras, con sus dedos de lluvia, lentos pero seguros como las ramas de un árbol, más alto si más profundo.
Música: "Searchlight", de Jon Hopkins (de Contact note, 2004)
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Quizá está mal que yo lo diga, pero hay algo de poesía, algo de no sé qué en estos vídeos caseros: el viento escribiendo su pena sobre los charcos, el perro que aparece de pronto, el pobre, con un frontal de luz intermitente como la que llevan sobre el casco algunos ciclistas, la farola que se enciende para volver a apagarse, oh, justo después de la última nota, el teléfono que suena en el peor momento -o tal vez no- para devolvernos, ay, a la realidad cuando ya creíamos estar en ella...