Cuenta hoy Benítez Ariza en su blog, que es uno de los cinco o seis con que nos quedaríamos si tuviésemos que escoger (hipótesis absurda, por fortuna), cómo, averiado el potenciómetro de su radio, se resigna a un silencio que en realidad dice mucho más que tantos engolados contertulios. Pero estamos hechos a la rutina, y si nos la quitan, aun por algo mejor, parece que nos falta algo.
Algo parecido le ocurre a uno con el reproductor de mp3. Escuchar música por la calle en este junio no menos pajarayo que mayo, es una auténtica negación de vida. Tiene uno el reflejo de ponerse los auriculares al salir por el portal. Pero ya a veces se lo piensa, porque la música procura placer y a veces emoción, pero no es compatible, al menos para uno, con el pensamiento verbal o con la observación minuciosa de los gozosos matices del paso de las estaciones. Y sin embargo hay veces que la música no resta, al contrario, potencia lo visual, da volumen a las nubes y profundidad a la noche. No es cuestión de pensar, sino de sentir, intuimos en esos momentos que llamamos "momentazos". Pero, ya digo, sucede cada vez menos. Cuántas veces, después de tirar estragado de los cables, ha pensado uno "qué gusto".
Quizá la capacidad del oído no es ilimitada, y ha trabajado tanto...
Quizá la capacidad del oído no es ilimitada, y ha trabajado tanto...
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