Al segundo día me propongo subir desde
el refugio de Cabrones hasta la collada de don Carlos, de ahí a la
de Santa Ana y a la collada Bonita, y bajar por la canal de la Celada
al refugio de Urriello, donde ayer he tenido que dejar las cosas
debajo de la escalera (como no iba a dormir en él, el guarda no me
ha dado una taquilla). Parece mucha tela, pero los días son largos y
a las nueve, ya desayunado, estoy caminando. La subida que bordea el
sombrío glaciar del Jou Negro es preciosa. También el llaneo hasta
la base de Torrecerredo. Luego hay que atravesar unos neveros que
tienen bastante caída. La nieve da confianza, ni dura ni demasiado
blanda. La tensión desaparece al llegar al collado. Toca comer algo
y disfrutar de la bajada, de a hecho por el nevero del Jou Carnizoso.
Este desemboca en el Jou sin Tierre. Dudo sobre si seguir la ruta
planeada o ir directamente al refugio. De momento llego hasta el
inicio del Jou de los Boches. Desde ahí se ve el collado de santa
Ana. Es una buena tirada. Nada. Mañana.
Doy la vuelta hacia al refugio del
Picu, donde me espera ropa seca y limpia y un par de horas de asueto
antes de la cena. A la derecha, hacia el cordal del Naranjo, veo una
canal que podría acortar la excursión de mañana, que consiste en
rodear el Naranjo. Tendré tiempo para mirar planos y preguntar. Allí
vuelvo a coincidir con los de Burgos. Este reencuentro me recuerda
otro, en el mismo lugar hace dos años, con un vasco y una mejicana,
del que nació un poema a la amistad en la montaña. Este refugio
está mucho mejor acondicionado. Tiene dos pisos. En el de abajo
están el comedor y los servicios. Arriba, las habitaciones. Una
estufa de pellet mantiene caliente el comedor y sube el calor a los
radiadores de los dormitorios. Viene una ensalada de pasta deliciosa,
con mucha cebolla. Luego menestra y yogur. Hay una mesa larga con dos
docenas de chicos jóvenes del cuerpo de la escuela militar de
montaña del Ejército, que están haciendo prácticas de escalada.
Me toca dormir con ellos. Aún de día, ya estamos unos cuantos en la
cama. Los otros van llegando de pocos en pocos, y no me duermo. Hay
uno que hace sonar los pedos. Los otros le ríen los primeros. Otro
empieza a roncar, pero lo hace a un volumen tan bajo que no molesta;
al contrario, se diría que arrulla. Cuando suena el primer
despertador, a las siete, me levanto. Doy los buenos días a mi
vecino de catre, que se está calzando. Me mira con cara de haber
dormido mal y no contesta, y ya imagino que les he dado la noche a
los veinticinco miembros del EMMOE, tan majos. Nadie es perfecto.
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