Martín López-Vega es poeta. Un poeta desigual para el gusto de uno, pero que ha escrito poemas memorables como este. Tiene un portal en internet donde reseña libros de poesía. Yo tengo por agradecerle una de ellas. La opinión de un poeta siempre es interesante. La última recensión, sobre La víspera, de Rodrigo Olay, no es precisamente elogiosa. Contiene elogios, sí, pero quedan estos ensombrecidos por las reconvenciones, y acaso los prejuicios. Una de ellas, repetida por sistema cuando se habla de un poeta joven (y López-Vega fue, como Olay, precocísimo), es la ausencia, aún, de voz propia. Yo nunca entendí esto. Bastante es que un poeta de 25 años no nos aburra deslumbrándonos con sus visiones más o menos etílicas e impenetrables, pero es que los temas de Olay son los que nos acompañan toda la vida, el amor, la amistad, la muerte, la celebración del mundo, en definitiva el hombre en el tiempo. A partir de ahí, todos tenemos referentes; si Olay decide no ocultarlos, ni en las citas ni en las formas, no es por falta de mundo propio, sino por decisión de poeta, y añadiría que por gratitud y amor a la palabra. Tildar estos poemas de ejercicios es quedarse en la superficie, cosa rara en un poeta. Afea López-Vega a Olay que se aprecie en exceso la influencia de Botas, de d´Ors o de Almuzara, "pero uno sospecha al notar bastante menos a Eliot o a Auden, a Milosz o a Anne Carson". ¿Sospecha qué? Si esos últimos poetas no son de su órbita poética, malo sería que se "notaran".
Rodrigo Olay, con sus 25 años y sus dos libros, ya atesora un buen ramo de poemas memorables, lo que es mucho decir aun en toda una vida. Su visión, su voz, es naturalmente la de un joven de su tiempo, no va a ser la de un hombre de 60 años. Dicha esta obviedad, que parece necesario apuntar, qué lujo poder leer poemas de la calidad de los suyos que den fe de la vida y pensamiento
de una persona joven, que pongan al día los modelos clásicos. Afortunadamente, los poemas de Rodrigo Olay se defienden solos. Es mucho, sí, lo prometedor, pero más, por real y por bello, lo ya dado. Uno espera la primera nevada para revivir todos los copos de esta maravilla. A la nieve, con su vestido de novia, pocos pretendientes le habrán dicho cosas tan bonitas.
DÍA DE NIEVE
Moja la leve hierba
la luna hecha pedazos
y es la luz del entonces la que
duele en las manos.
Es un azúcar húmedo, es niebla por
los suelos,
es un esmoquin blanco hecho de
espuma,
es lejana agua blanda,
la amortecida piel de Isabel Freyre,
es un mar detenido,
una desnuda diosa, arena pura
que tirita, aterida,
y es la promesa antigua que las
horas consumen.
Eres tú,
que devuelves el tiempo a la aurora
más tierna
y que haces florecer de repente el
almendro
o conviertes el prado en tobogán.
Eres tú, nata fresca
o labios de cristal,
silencio
desplomado
poco
a copo,
noche encendida, humilde y fugitivo
mármol, sábana súbita y crujiente,
momentáneo papel en que los pies se
inscriben,
cuaderno el primer día de colegio
y virgen temerosa de su propia
hermosura,
o algodón melancólico o nube de la
tierra
o también el cadáver de la luz
o quizá piel del frío
o nostalgia radiante
o todas o ninguna de todas esas
cosas.
Pero a ti, nieve nueva, nada quiero
decirte.
Es a ti, nieve humilde,
a ti, nieve del día
después, nieve grisácea,
nieve sin nieve, rota, nieve por los
rincones,
a quien solo le queda el orgullo
fugaz
del padre pobre de una hermosa hija,
a ti, nieve en minúscula,
relegada a las tapias altas, sucias,
umbrías,
a ti, nieve de barro, modesta nieve,
quiero
darte ahora las gracias, nieve
impura,
nieve que nos regalas certidumbre.
Gracias a ti sabemos que no fue ayer
un sueño.
Gracias a ti sabemos
que, a veces,
sí que ocurren
los
milagros.
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