Vienen, sí,
esos días negados, como unos calcetines del color de la pena, por no decir en
la cesta de la ropa sucia, días contagiados por la niebla y la lluvia, de un
cansancio sin causa, días sin su momento. Si estamos así en noviembre cómo
llegaremos a junio, piensa uno. Y entonces, justo ahí, no olvidar que siempre
acaban volviendo las mañanas de dulce sur que justifican el mundo, amarillas y
azules como un lirio a deshora que nos lava la mirada, tardes templadas para el
paseo lento, noches amplias que nos restituyen la plata centelleante del cielo; mañanas,
tardes y noches con sus pequeños grandes placeres, si baratos impagables: el desayuno con periódico en
la panadería del barrio, la biblioteca en bici, el Mondosonoro y los
suplementos en el café donde suena mi aria favorita de Vivaldi o la belleza
también temblorosa de las nuevas canciones de Röyksopp (y qué pocas veces las palabras habrán dicho tan bellamente como aquí lo que une a dos hermanos). ¿En qué poema cabrá
tanta poesía?
Me gusta.
ResponderEliminarSalud!
Lo de Vivaldi, excelente, como siempre. Lo de Royksopp sorprendentemente interesantísimo: mil gracias.
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