viernes, 10 de abril de 2015

CON LOS OJOS

En el tren, al otro lado del pasillo, viaja una joven cuyo rostro me resulta familiar. El presentimiento de conocerla crece a cada ojeo, hasta que a poco de llegar me decido a preguntarla.

-Perdona, ¿tú no eres Iris?
-No, pero casi.

Evidentemente no es quien pensaba, pero su respuesta invita a insistir.

-¿Irene?
-Irene -y ríe con desarmante ingenuidad.

Hablamos de todo un poco, y sentimos que el viaje termine. Es, rara avis, guapa y agradable. Tenía olvidado lo que era una conversación de esta naturaleza, y siento la locuacidad de la primera copa. Nos despedimos, pero como el tren ha parado en el andén 5, coincidimos de nuevo en el ascensor que sube al corredor que atraviesa las vías. Charlamos otro poco. Entonces me doy cuenta de que no quiere despedirse. Quedamos uno en frente del otro sin decir nada unos segundos llenos de vértigo, de un silencio clamoroso. Ella, acaso, piensa: ¿Es que no quieres besarme? Yo: sólo puedo besarte con los ojos.

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