De Antonio Rodríguez Jiménez (Albacete, 1978) admiré su primer libro de poemas, El camino de vuelta, del que se habló aquí. Esperaba con expectación su siguiente libro, pues son pocos los poetas que ya en el primero muestran una voz propia, con el añadido de que esta era también clara. Ha querido el azar editorial que hayan caído casi de golpe sus dos siguientes libros, Las hojas imprevistas (Ayto. de Alhaurín el Grande, 2014) y Los signos del derrumbe (Hiperión). El primero más apegado a la tierra, a lo vivo; el segundo, al tiempo, a la vida, radiografía de una época (la de la crisis económica) a la que también deben los poetas que sepan hacerlo buscar su poesía, siquiera para dar voz a los que no la tienen.
LA PUREZA
Una vez viste a un niño atropellado
junto a un animal muerto, en plena calle.
Lo que no recogían los informes
era el terror del niño al ver al perro
lanzarse de sus brazos
hacia el cruce. Lo que no se dijo,
seguramente, fue el impulso
de correr hacia él, como si fuera
el acto culminante de su vida,
el acto culminante de su vida,
el peligro absoluto, la amenaza
a todo su universo. No se dijo
nada de aquel cariño improvisado
entre seres pequeños. Nadie supo
la dimensión exacta del amor verdadero
entre los indefensos. La pureza
escoge los caminos más humildes, y nada
sabe de este dolor, ni de nosotros.
(De Las hojas imprevistas)
* * *
TESOROS
No se estanca el dolor en nuestro suelo,
sino que pasa, lento, pero pasa
llevándose sus aguas insalubres.
Gracias a un misterioso afán de pervivencia
la memoria desecha los instantes baldíos
y acumula recuerdos indelebles
con su color, su olor, con su belleza.
No arrastra este caudal, pese a su empuje,
las piedras más preciadas del mapa de tu vida.
El primer animal y su piel suave
latiendo entre los brazos;
el beso de mi madre y su sonrisa
al salir del colegio;
los nombre, las batallas y el horror de una guerra
en la voz del abuelo;
las torres repetidas en el agua del río
de una ciudad dorada;
Perduran como el brillo de una estrella apagada
llevándose sus aguas insalubres.
Gracias a un misterioso afán de pervivencia
la memoria desecha los instantes baldíos
y acumula recuerdos indelebles
con su color, su olor, con su belleza.
No arrastra este caudal, pese a su empuje,
las piedras más preciadas del mapa de tu vida.
El primer animal y su piel suave
latiendo entre los brazos;
el beso de mi madre y su sonrisa
al salir del colegio;
los nombre, las batallas y el horror de una guerra
en la voz del abuelo;
las torres repetidas en el agua del río
de una ciudad dorada;
una tumba en Colliure, una bandera
tricolor y la flor de los vencidos;
el poema de Borges;
el poema de Borges;
el momento de
unión entre dos sangres
para formar la
tuya, aliento de mis días...
Perduran como el brillo de una estrella apagada
tantos
tesoros entre tanto olvido.
(De Los signos del derrumbe)
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