Mal asunto: me siento a teclear sin saber qué voy a
escribir. Cosa rara con las prosas, a las que vale casi cualquier material,
llevo días sin dar con algo que me parezca de un interés más allá del propio.
Es, claro, una percepción errónea. Lo habrá habido, y sacar grano de la paja
debería ser la primera condición del diarista. Acaso fuera suficiente con traer
aquí, guapamente, el canto monocorde del autillo que duerme en el parque, de
una regularidad metronómica (exactamente a 24 beats por minuto, dos pii cada cinco segundos). Es más
motivadora esta cuenta que la tradicional de las ovejas, animales estos a los
que dentro de poco ya sólo veremos en algún documental atrasado o,
irreconocibles, sobre nuestros platos.
Pero no estoy pajaril. ¿Qué será entonces, tal vez mi
perfecta comunión con el coche nuevo, la bendita transición al verano que
suponen, terminadas las clases, las pruebas de acceso al conservatorio, el
cuatrimestre en blanco con la carrera, mis tuntunescas lecturas? Por lo demás,
todo va bien. Van cayendo como lluvia fina los preparativos a un mes de la
llegada de las niñas. Todos me dicen que duerma, que duerma, y yo quisiera
hacerles caso, pero me he picado al Dr. Chess y, aspirando al siguiente nivel,
me dan las mil y monas. Si antes era carne de apalabrados, sólo he sabido dejar
una adicción por otra.
Ahora paso unos días por León, que está en fiestas. El programa, prometedoramente voluminoso, se cae enseguida de las manos cuando se cotejan los actos de un día con los del siguiente. ¡Las mismas actividades, salvo las que se reparten en dos o tres días, y los grupos y orquestas de los conciertos nocturnos! Más cortapega que en las programaciones didácticas, que ya es decir, por no hablar de las memorias anuales. ¡Hasta han tenido el hocico de incluir el rastro del domingo y el mercado de los martes y los sábados! La oferta literaria se reduce a dos actos poéticos a cargo de los habituales. Menos mal que en la librería Alejandría se presenta esta tarde Rosa, rosae, la novela de Víctor Botas, a cargo de tres espadas como García Martín, Juan Bonilla y Antonio Manilla, florida alternativa al Fandi, José Padilla y Rivera Ordóñez, que los toros no pueden faltar gobernando el pepé.
Han llamado del conservatorio. Llegó la primera reclamación por un suspenso en la prueba de acceso (siempre cae alguna). La pena es que la aspirante aprobó la flauta, pero cayó luego en la parte de lenguaje musical. Un oído enfrente del otro y una medida por hectáreas resumen el cargo de la prueba. Nos quedamos estupefactos cuando, en vez de solfear diciendo el nombre de las notas, decía ne, cor, semi-semi, chea… “Pero si así es más difícil que diciendo las notas… Les estamos haciendo cenutrios”, dijo alguien, para continuar detallando lo que habría que hacer con algunos ex alumnos metidos a profesores a los que a veces nosotros mismos hemos regalado el cinco, por que no se quedaran con las manos vacías después de al menos diez años de brega.
Por lo demás, qué calor.
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