Para quien vive el sentimiento de la naturaleza, qué
dulce es cuidar de ese huerto. No hace falta más. Aun en los días peores, en
que desvía de él y de sí sus ojos para ver si le miran, nunca es sembrar en perdido.
A quien no tenga la cualidad de gozarlo le puede alcanzar al menos esa nostalgia
de lo ajeno, de lo que acaso (y de alguna manera lo intuye) fue suyo alguna
vez. No es poco.
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