miércoles, 2 de enero de 2019

GLOSAS A MARTÍN, I



No es cierto que se muera solo una vez; no somos el que fuimos, solo su heredero.
[Y tendremos nuevos, sucesivos herederos, por más que nos creamos el final de la saga.]

El cuerpo como un edificio que se va deteriorando con los años mientras en él se suceden los diversos inquilinos. Alguna vez fue alegre cuando lo habitó un joven; ahora solo lo habita un anciano.
[Si al menos, aunque haya nieve en el tejado, sigue funcionando la caldera...]

Sé muchas cosas que ignoro.
[Y de lo que no entiendo algo comprendo.]

Nunca estuve enamorado; solo creí estar enamorado, y nunca por demasiado tiempo.
[Quien no sabe qué es estar enamorado, ¿cómo puede saber que no lo ha estado?]

Ser rey del mundo. Qué poca cosa. Quién fuera gato.
[Sí, pero el gato rey de la casa, porque al gato rey de la calle no se le quita el susto. Lo sé por Polizón, simanquino y de muchas leches, que se vino a nuestra casa en el motor del coche y ascendió así de ariscogato a aristogato.]

Nunca se vuelve al punto de partida; ni siquiera después de dar la vuelta al mundo.
[Nunca se mueve uno del punto de partida; ni siquiera mientras da la vuelta al mundo.]

Los muertos siguen muriendo lentamente, solo dejan de morir cuando dejan de hacernos daño.
[Pero qué difícil es hacer las paces con ellos sin ellos.]

Para conservar los amigos, nada como frecuentarlos poco.
[Y para conservar los libros, nada como no abrirlos. Pasarles, eso sí, el plumero de vez en cuando (y a los amigos el plumero del wasap). Nos quedará una biblioteca preciosa.]

Lo mejor de la música son los silencios.
[Y entre todos ellos el que abre en nosotros.]

En las páginas en blanco nunca hay erratas.
[Y qué triste limpieza, y qué culpable. Hay que hacerlo, emborronar, tachar, intentarlo de nuevo. Hay que escribirla con la mejor letra, aunque quede la vida en borrador.]

Cuanto más pronto llegues a la cumbre, más pronto comienza el descenso.
[Salvo en la abrumadora mayoría de los poetas, cuya cumbre son los 800 metros de una kilométrica meseta.]

Amar sin ser amado es triste; ser amado sin amar es ridículo.
[No veo lo ridículo de ser amado sin amar, a no ser en esa espina de mala conciencia por no querer a quien nos quiere.]

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