No
tengo como antes los poemas en la cabeza. No intento relacionar lo que veo,
escucho o leo con ellos. No llevo libreta encima. Y escribo mejor (esto está muy mal decirlo, pero viene al caso y me importa ser claro).
Quizá la poesía sea como el sexo, no es cuestión de cantidad, sino de
intensidad. Puedo estar casi un año sin escribir un poema, pero de pronto
llegan tres en dos días, como lágrimas calientes sin porqué, porque hacía ya mucho. Últimamente es así. Y yo obedezco.
A mí me pasa igual. Creo que te refieres a esa rara plenitud en que la inspiración viene dócil, caprichosamente, sin forzarla. O así lo entiendo.
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