De vez en cuando, sí, la
vida nos besa en la boca. El miércoles pasado le fue concedido el XXII premio
Emilio Alarcos de poesía a mi libro El cielo sin caminos. En esto de los
concursos literarios hay mucha literatura, valga la redundancia. Seré claro: estoy
feliz y agradezco. Me gusta que mis libros anteriores (tres de poesía y uno en
prosa) hayan salido por la apuesta personal de un editor, pero cómo no va a
gustarme también que un jurado de relumbrón se haya decantado por mi obra, y que ésta vaya a ver la luz en una editorial como Visor. Gracias, pues, al
Principado de Asturias y a los miembros del jurado y prejurado. Han sido siete
días intensos que han venido a subrayar que no hay alegría como la que nos da
la alegría ajena, y, es lo mejor, nos permiten poner ya toda la atención en el siempre
misterioso camino que hay aún por delante.
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