La anunciada modificación de la llamada Ley del Menor por parte del Gobierno, a raíz de la sentencia del caso de Marta del Castillo, viene pintiparada
para deslibretar otra reliquia, esta con fecha de 22 de julio de 2009.
* * *
Los medios de
comunicación han reabierto estos días el manido debate de la
violencia juvenil a raíz de las violaciones múltiples sufridas por
dos niñas a manos de menores de edad. Columnistas de
periódicos y contertulios radiofónicos verterán hoy y mañana,
acaso pasado, su decisiva opinión, la que aportará el matiz
definitivo.
En el ruedo político,
los principales partidos, que en los medios son los únicos,
dispondrán de un nuevo campo de batalla para tirarse los trastos a
la cabeza. ¡Más madera! Justo lo que necesitamos. Por supuesto,
faltó tiempo para reacciones oportunistas como la del PP, que exige
ahora una modificación urgente de la Ley del Menor, que no contempla
penas de cárcel para los menores de edad ni reclusión para los
menores de catorce años, a la vez que ofrece a las familias
afectadas todo su apoyo y su calor. Si la presión social aumenta o
se dan nuevos casos, tal vez el Gobierno socialista “abra el
debate”, preparando el terreno con declaraciones más o menos
extemporáneas o contradictorias a cargo de ministros y ministras y
otros miembros y miembras relevantes del PSOE, dando una nueva
muestra de esa irritante tendencia a actuar después de los hechos, y
no previamente a fin de evitarlos.
Un presentador de
televisión, con gesto conturbado, deja en el aire, antes del
sensacionalista reportaje –esa cámara subjetiva recreando la
secuencia en el lugar de los hechos– la afectada pregunta: "¿qué
le ocurre a nuestra juventud?"
Mientras lavo los
platos, en el camping donde paso unos días del verano, llega al
fregadero adyacente una pareja con un niño pequeño. El padre se
lava las manos profusamente, tanto en el tiempo como en el agua
empleados, pues esta no deja de salir, como es natural, al no ser
cerrado el grifo en los dos minutos que dura la operación ante la
mirada embobada del niño, que crecerá sin valorar la necesidad de
cuidar de los bienes comunes.
Al poco veo subir a un
señor con un niño, una niña y un precioso cachorro de dálmata
que, tras detenerse, vomita en medio del camino. “Ha vomitado”,
dice entonces la niña. “Vamos”, responde el señor sin llegar a
detenerse, y sigue caminando, no sin echar alguna mirada furtiva, acaso alguien hubiera presenciado la escena. Este
irresponsable sujeto no está enseñando a sus hijos algo tan básico
como asumir las responsabilidades que comporta el disfrute de un
bien.
En estos dos lances,
que podríamos multiplicar ad infinitum, hallamos una parte de
la respuesta que requería el ceñudo presentador. Por cierto, que la
labor didáctica de la televisión vendría aquí muy al caso, pues
no es en menor medida parte también del problema. Para muestra
este botón: finalizado el noticiario, en el mismo canal, se escucha
una voz femenina que lee el siguiente texto sobreimpresionado en pantalla bajo el rótulo “Micropoemas”: “Cuando dejemos de
enamorarnos como perras nos aburriremos como ostras”. ¿Qué ganamos trivializando el más neto
sentimiento humano? Sólo mensajes que empujan al hedonismo más
egoísta, a la envidia, a la sexualización.
Alguien nos podría
tachar de exagerados al relacionar directamente este tipo de
conductas de los llamados adultos con los desmanes cometidos por sus
hijos, pero si nos atenemos a la pregunta de qué ocurre para que una
generación que “lo tiene todo” demuestre sin embargo no tener lo
que hay que tener, habría que responder en primer lugar que es
víctima de la dejación de las responsabilidades de unos padres que
no han asumido los problemas sentándose a hablar con sus hijos ni
han sido capaces de dar, sí, una bofetada en el momento necesario,
cosa que por cierto ahora puede llevar –y de hecho ha llevado– a
una madre o un padre a la cárcel. Otra manera de educar mal, esta
vez desde el Estado.
“Educad a los niños y
no será necesario castigar a los hombres”, dejó dicho
Aristóteles.
Cada cosa mal hecha
muere una mariposa. ¿Por qué viven tan poco?
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