Tengo
unos zapatos que van boquiabiertos, perplejos por el mundo. Yo creo
que es porque, a pesar de haber sido muy baratos, tienen tanto
entendimiento que van compartiendo los pasmos de su dueño por el
mundo. Más en esta ocasión, en que se habrán sentido aludidos al
escuchar a A., tan segoviana, exclamar tras un tropiezo: “¡Es que
me hablan los zapatos!” Ingrato sería deshacerse de ellos ahora
que la ventilación que proporciona su perenne estupor comienza a
agradecerse.
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