Afortunadamente nunca se está a salvo. En los lugares
menos propicios, en los quehaceres más prosaicos, en los momentos más
insospechados, la que no hace rehenes, la que primero dispara y luego
pregunta, la nostalgia.
Poco ha hecho falta esta vez:
una cafetería, la cuña radiofónica de un banco y las primeras notas de una
canción que dormía, con un ojo abierto, en alguna vuelta del recuerdo, tanto nos ha sacudido al despertar. Y como suele ocurrir, la
impresión sonora se abría a lo olfativo, a lo táctil, a lo visual: Kevin Arnold
en el baile de fin de curso abrazado a su pequeño amor rubio que compartíamos,
sus corazones demasiado pequeños mecidos
por una de aquellas maravillosas canciones de aquellos maravillosos años, los
sesenta, tanto más maravillosos por no haberlos vivido.
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