Once meses después, de nuevo
ante este paisaje del alma, con la playa de Borizo reflejando el sol naciente,
el castro de Troenzo enfrente y el mar salmodiando su mantra infatigable,
esculpiendo las rocas ola a ola, día a día, siglo a siglo. Cuando regresamos a
nuestros santos lugares comprendemos que son santos y son nuestros porque nos
devuelven a un yo más cierto. Saben que vamos y no nos desengañan, dice un verso
de T. De vez en cuando aterriza en la parcela un gorrión o un colirrojo en
busca de alimento. También algún mirlo. Algunos se atreven a aventurarse hasta
el avancé. Dan unos saltos, miran ladeando la cabeza y se van con su miga en el
pico, pues siempre nos aseguramos de que no se vayan de vacío. Y bien poco
piden por bajarnos el cielo.
Qué suerte, Sergio, tener un lugar al que volver, un tiempo en el que reconocerse, y unos gorriones a los que saludar.
ResponderEliminarBella entrada,
ResponderEliminarsaludos.
Gracias a los dos.
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