Para evitar que me sucediera lo que otros veranos, traje al retiro
asturiano pocos libros. Así he leído más y mejor y he conseguido dar con la
puerta en las narices a esa absurda insatisfacción de no poder leerlo todo,
obsesión que acaba convirtiendo la lectura en una forma más de la ansiedad. Una
ansiedad que nos lleva a menudo a beber una copa del mejor vino como si de uno
de mesa se tratara, de un trago, desatentos.
Vinos de mesa se ven y beben muchos en la playa. Mucha Mateldi Asensi,
mucho Dan Brown, mucha Laura Restrepo. Sólo trama y fluidez, como si el entretenimiento
fuera la única recompensa. A qué intentar explicar que eso mismo más otras
muchas cosas se hallarán en Stendhal, en Balzac, en Galdós, que si son clásicos
lo son por algo. “Lo importante es leer”, oímos a menudo, como si valiera lo
mismo Cervantes que Ken Follet, “se lee fácil”, como si fuera la lectura un
esfuerzo más o menos imperativo, como lo es para algunos ir al gimnasio o salir a correr. Lo
curioso es que se asocia esta literatura de tetrabric a las vacaciones y al
verano, el tiempo en que parecería que más abiertos pueden estar los poros del
sentir. Experimentamos, por comparación, cierta vanagloria con nuestro Fray
Luis debajo del brazo, pero enseguida, como haría aquel, tratamos de enterrar
ese sentimiento, pues sabemos que es ésa gloria vana, con toda la vanidad pero ninguna
gloria.
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