Unas notas largas como ejercicio de sonido, las necesarias escalas, que son
como la gimnasia de los dedos (pero que hay que asociar al sonido, siempre lo
más importante) y acaso un ejercicio de articulación, que es como la gimnasia
de la lengua (para la precisión y la velocidad al separar las notas), son los
tres apartados técnicos que trabaja uno con sus alumnos de flauta antes de pasar
al repertorio (otros como la respiración o la afinación se incluyen en el
sonido). El repertorio, a su vez, lo componen las obras, los solos de orquesta,
que tocan los alumnos más avanzados, y los estudios. Son estos últimos un paso
intermedio entre los ejercicios de digitación y las obras. Su calidad musical
es en general inferior a la de estas, y sobre todo muy dispar, desde aquellos
cuyo autor apenas se esfuerza en camuflar las escalas y series que contienen,
hasta los de compositores “de verdad” como Piazzolla (no tenemos la suerte los flautistas de que Liszt o Chopin escribieran estudios para nuestro instrumento). Con los estudios nos
aseguramos de que el alumno está haciendo su gimnasia de dedos cuando por
pereza no practica las escalas, cosa que uno comprende perfectamente, también
por experiencia, aunque finja indignarse cuando sonsaca al atribulado pupilo su
falta de dedicación a ellas. Siempre llevan para casa al menos un estudio. En
el mejor de los casos, lo pasan en una semana y les pongo otro. A veces hay
fallos y se lo mando repasar las semanas que haga falta. Si veo claramente que no
puede con él nos lo saltamos o buscamos otro libro de estudios más asequible;
si es porque no le gusta, soy inflexible, como la madre que ante la negativa del
niño a comerse las albóndigas se las pone para cenar, y si no las cena para
comer el día siguiente.
Pero una charla con un compañero de los que salen a fumar entre clase y
clase, “mientras calienta” (“mientras afinan” si es clase colectiva), me abrió
los ojos: “¿Qué es lo que hacemos? Les mandamos un estudio. El esfuerzo inicial
es de lectura. La lectura se lleva el noventa por ciento de la atención. Cuando
está en dedos y sin fallos o con pocos fallos, lo pasamos. ¿Y la música?”
Eureka. Es entonces, cuando los dedos ya conocen el camino y el
porcentaje de atención dedicado a la lectura es menor, cuando pueden fijarse más
en las dinámicas, el fraseo, el color… la música. La música, que empieza donde
termina la lectura.
Pues con los libros lo mismo, y vamos adelante. Termina uno, pongamos, el Viaje a pie de Pla. Le ha gustado,
claro, aunque menos que el Viaje en
autobús. Qué tontería comparar, piensa. Pero compara. Menos vario
quizá, menos… recreativo, por emplear uno de esos adjetivos asépticos vertidos
a lo socarrón con que Pla la clavaba. Bueno, y ahora qué leo, sigue uno. Y lo
que tenía que hacer era coger de nuevo ese libro, o el que fuera que hubiera
terminado, que según costumbre ha ido anotando, y releerlo, siquiera a salto de
mata. Ese libro, si es bueno, y lo será para uno si lo ha leído entero, esta
vez le gustará más. Y más aún si lo lee una tercera: mejor que el Viaje en autobús, acabará pensando, el pobre.
Tiene uno, al leer, la manía de anotar en el índice, junto a los capítulos,
artículos o poemas, un punto pequeño, mediano o grande según le haya gustado
más o menos; eso aparte de marcar frases o versos en el margen. Pues bien,
cuando releo, a menudo el punto pequeño se convierte en mediano, el mediano
en grande y al grande le antepongo una flecha. Es una manera como otra
cualquiera de ejercitar la crítica literaria, y enseña que ni uno mismo puede
fiarse de su propio criterio –como para fiarse del ajeno–, y sobre todo que si no es el mismo lector es porque tampoco es la misma persona. Tantas veces
como me propuse abandonar esta práctica de los puntos (entre otros motivos
porque los libros son de todos y otro los leerá detrás de mí), fui incapaz de
dejar de hacerlo. He pensado que antes de legar mi biblioteca borraré toda
marca, o si no estoy para esos frotes, encargaré la titánica tarea a uno de mis
amantísimos nietos a cambio de la colección de tintines.
Pero a lo que íbamos, más se gana en leer mejor que en leer más, aunque
dejemos por ello de conocer tal libro, tal autor. No sé si menos cultura -no creo-, pero sin
duda resultará de ello más cultivo. Sabremos dar más con más certeza con aquella frase de fulano o el verso aquel de mengano, y tendremos más cerca la voz de nuestros
maestros, que nos sonará más familiar. ¿No es así como
quisiéramos que nos leyeran?