Los que no dejan huella, leña apilada
para el fuego del olvido. Días anodinos, día más, día menos, días
en que no pasa nada, nada más que la vida. Pero días también
gracias a los cuales sabemos reconocer a los otros, los que salen en
la foto del poema. De eso habla este, publicado en el nº
9 de la revista El Alambique.
POEMA DEL DÍA SIN HORA
¿Y quién te salvará a ti, día sin hora,
e inerme cantará tu nada plena,
tu luz inadvertida, monocorde,
tu ausencia de fragancias y armonías,
tu nula prospección a los recuerdos?
¿Qué puntal de palabras podría sostener
tan precarios cimientos sin imágenes
-son fuentes las imágenes
en la incierta jornada del poema-
ni una triste metáfora
que llevarse al talego?
Válgate
saberte necesario para el realce
de los días de estreno,
arpados y fragantes, con su luz
de estaño, autodidactas,
días rutilantes que no necesitan
como tú quien les cante, día sin hora,
preterida muchacha a la que nadie
mira en el baile desatento de la vida,
con su secreto intacto
y un corazón entero para dar.
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