No parece
necesario convencer a nadie a estas alturas de los beneficios de la música y su
educación en la formación de las personas, excepción hecha, naturalmente, del
ministro del ramo, ramo bien mustio, el pobre. Canalizada a través del aprendizaje de un instrumento, la
experiencia cobra para los niños, siempre que no vayan obligados, tintes de
aventura, y se alimenta de un caudal de ilusión que a uno le gusta comparar con
el que bulle en nosotros en los albores de un amor.
Cada dos años (dejamos, si es posible, uno en barbecho, porque las clases de primero exigen grandes dosis de una paciencia que los años van erosionando), cada dos años volvemos a ver ese brillo en sus ojos al abrir el estuche, esa preocupación ante la dificultad de tapar completamente los agujeros con sus pequeños dedos, ese pasajero desánimo ante la sensación de que el instrumento les viene grande. Tocan primero una semana sólo con la cabeza de la flauta, a la que, en la siguiente, añaden el pie (la “miniflauta” les encanta), y ya a la tercera, si todo va bien, unen las tres piezas. Van aprendiendo la posición de los dedos para unas pocas notas, y con ellas ya pueden tocar algunas piececillas. La dificultad mayor es la suma de dificultades, tener que pensar a la vez en varias cosas como la posición de pies, brazos, manos, cabeza y de la propia flauta, la nueva manera de respirar, la lectura aún balbuciente de notas y figuras en el pentagrama, o la posición de los dedos para esas notas.
Cada dos años (dejamos, si es posible, uno en barbecho, porque las clases de primero exigen grandes dosis de una paciencia que los años van erosionando), cada dos años volvemos a ver ese brillo en sus ojos al abrir el estuche, esa preocupación ante la dificultad de tapar completamente los agujeros con sus pequeños dedos, ese pasajero desánimo ante la sensación de que el instrumento les viene grande. Tocan primero una semana sólo con la cabeza de la flauta, a la que, en la siguiente, añaden el pie (la “miniflauta” les encanta), y ya a la tercera, si todo va bien, unen las tres piezas. Van aprendiendo la posición de los dedos para unas pocas notas, y con ellas ya pueden tocar algunas piececillas. La dificultad mayor es la suma de dificultades, tener que pensar a la vez en varias cosas como la posición de pies, brazos, manos, cabeza y de la propia flauta, la nueva manera de respirar, la lectura aún balbuciente de notas y figuras en el pentagrama, o la posición de los dedos para esas notas.
Tocante a esto último, hay una dificultad añadida: colocar bien los dedos no garantiza que suene la nota escrita. También hay que soplar lo justo; si se sopla de más suena un armónico; si de menos, el sonido se rompe. Incluso en notas tan cercanas como un Mi y un La medios el caudal de aire difiere, pues, de soplar lo mismo, o bien el La se caerá de octava o bien el Mi se subirá. Estrellas de una misma galaxia, cada nota es única. Para uno, lo más gozoso de las clases es hacer ver a los chicos los problemas y sus soluciones mediante analogías que puedan ser de su interés, en función de sus años y su talante. Para ilustrar a Alicia sobre lo antedicho, le expliqué que las notas son como personas a las que acabara de conocer (sus compañeros de clase colectiva, sin ir más lejos), y que de inicio no tendrá con todas el mismo trato; con algunas estará más cómoda y con otras irá más lenta, pero tiene que terminar estando a gusto con todas, confiada. Sorprendido por la belleza del propio ejemplo (el profesor, si lo es, aprende tanto como el alumno), voy hasta la ventana mientras Alicia lo intenta otra vez, preguntándome, no sin cierto reconcomio, si habré arrancado a las notas al alcance de mi instrumento una melodía serena y hermosa, receloso de que, si no lo he logrado a estas alturas, pueda ya llegar a hacerlo.
Qué recuerdos...
ResponderEliminarY parecía que no iban a sonar nunca.
Solo queda preguntarse hacia donde van los viajeros de la flauta, esos que no han sido presentados pero que empiezan a hacerse familiares. Supongo que en cada partitura se oculta un mapa.
ResponderEliminarGenial todo, Sergio, lo que nos cuentas y lo que has fotografiado, tan real como un sueño, incluidos esos pies que nos introducen en la foto.
Un saludo.