Quienes
buscan la verdad merecen el castigo de encontrarla.
En vez de
llamarla "casa paterna", deberían llamarla "casa materna",
pues hay algunos que pueden ser "paternos" sin llegar a ser los
padres.
Cuando alguien
habla a una mujer, si quien lo hace no le resulta simpático, ella nunca
entiende lo que le dice. En vez de escucharle, se distrae. Por eso, la mujer
jamás puede ser juez.
El
matrimonio es complicarse la vida; el divorcio es volvérsela a complicar.
La mujer
hermosa es un peligro. La mujer fea es un peligro y una desgracia.
El esfuerzo
de la mujer para aparentar juventud es, de los cuarenta a los cincuenta años,
una cosa heroica. Al pasar de los cincuenta, una cosa trágica.
Cuando un hombre tiene un picor en el brazo, se rasca; cuando lo tiene en el cerebro, hace animaladas.
La
inconsciencia es un libro alegre. La experiencia es un libro tristísimo.
Dos cosas
que molestan mucho son los gritos de los niños y el silencio de los viejos.
Cuando un
hombre tiene razón no grita; cuando no la tiene, grita para hacer creer que la
tiene.
Todos
decimos tonterías. Los filósofos son los únicos que las dicen seriamente.
Para sentir
admiración hacia un sabio, es preciso no terminar de entenderlo bien del todo.
A quien le
hagan un homenaje, que se vaya preparando el nicho.
El ingenio
es la hembra del genio.
El hombre
calvo cree tener talento y el que tiene pelo cree tener genio. Sin embargo, el
cerebro ni lo distingue.
Llamar hábil
a un artista es censurarlo; llamárselo a un político es alabarlo.
El escritor
que cuida demasiado el estilo lo hace porque tiene pocas cosas que decir; el
que no lo cuida nada, mejor sería que no las dijera.
Escribir
versos es como fabricar una colcha: cuanto más bordada, menos abriga.
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