Hoy es el primer día de colegio de las niñas. No ya de adaptación, sino de colegio colegio, de 9 a 2, vamos. Y es, en mi ocio y de un día para otro, como cambiar una tronera por un ventanal abierto a todo norte. Hecha la prevención de que hay que quitar una media hora entre venir a casa y volver a recogerlas, más la compra básica, y otra hora para las obligaciones domésticas, este nuevo horizonte fulge con los briosos colores del alba. ¿Recuperar mi vida? Sé que no, ni quiero ni podría. ¿Recuperar hábitos que he echado de menos en estos tres maravillosos años? A buen seguro.
Anoche escribí una lista con postergados propósitos a los que dedicar la mañana. Desde luego, corregir y aunar estas prosas, aunque me temo que lo salvable sea parca gavilla. También leer mi diccionario favorito, el enciclopédico ilustrado de Sopena, en su edición de 1974. Cuánta belleza me espera en esos cuatro tomos. También recopilar, de aquí y de allá, ideas sobre la creación poética. Reseñar, quizá por temas, la selección de cartas de JRJ que leí este verano, y que no tiene desperdicio. Y, por último y de momento, hacer (ingente locura) un diccionario ideológico de citas ajenas rescatadas en cuadernos.
Las cosas de uno, cuando lleguen, antes que las ajenas. De todos modos, estoy seguro de que a ese "cuando lleguen" ayudará todo lo demás. Seguimos.
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