Hay libros que parecen escritos para el otoño, libros
que abrigan, tejidos con el hilo transparente de su desnuda verdad, libros sin
género (son los que prefiero) cuya prosa sabe que, o tiene las alas de la
poesía, o no es nada. Así este Escrito en
el jardín, de Xuan Bello, un pequeño tomo de preciosa edición. Hay poemas
propios y ajenos, entrañables pinceladas del acontecer de unas pocas vidas (el
autor y su familia, sus tres gatos y su perro, algún vecino o parroquiano del
bar del pueblo), una casa con huerto y una cocina como aquellas de la infancia
que se van desdibujando en nuestra memoria. También reflexión y anhelo del minuto de
belleza que, en sabia combinación con la rutina, nos despierte a la
emoción por la que, en palabras del autor, vale la pena vivir.
Hay libros que nos deslumbran y libros, como este, a
los que se toma cariño, no libros para el canon, sino para uno, a la medida del
barro de cada cual, libros con las cartas boca arriba desde la primera palabra,
en que entendemos que quien nos habla no se retoca, sino que muestra a las
claras, a la par que sus entusiasmos y certezas, sus congojas y desasosiegos.
Sin miedo a la confidencia: Lo que no es confidencia no es literatura, escribe
Xuan Bello, y también: “A ciertas alturas hay que ser uno mismo sin ningún arrepentimiento.”
Qué será la prosa poética, no lo sé bien, pero sí
dónde está la poesía, en verso o en prosa: “Muy pronto, en unos minutos, la
mano de la luz alisará las sábanas de la sombra y la cama del mundo estará
recién hecha.” Una niña duerme en un coche, estallan voladores en una fiesta
lejana, un grajo se refugia en la leñera, un hombre busca unas palabras
mientras mira la tierra… “Esto no es nada, ya lo sé, pero es mi vida.”
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