miércoles, 30 de mayo de 2012

CON TAN SENCILLAS PRENDAS

ROMA, 28 de enero.
Sol y pinos.

*   *   *

Nada más. Sol y pinos. Pero qué aluvión de impresiones, de recuerdos con solo estas tres palabras (había escrito “con solo estas dos palabras”, cuando es la conjunción la que nos da esa impresión y esos recuerdos, como es el sol, la lluvia o el aire los que nos dan, despertándolo, el olor dormido de lo vegetal). Con tan sencillas prendas qué afilado y profundo olor a infancia se apodera de nosotros, de algo... más allá de nosotros, por emplear la cursiva y los puntos suspensivos tan de Gaya.

Sol y pinos. ¿Hace falta más? 


Ramón Gaya. Arco de Tito (1957)

sábado, 26 de mayo de 2012

SUBAN, SUBAN

Todos los años, a estas alturas terminales del curso, se percibe en el ámbito docente una velada presión, ejercida por la administración, para que apruebe el mayor número posible de alumnos. Se ve que los recalcitrantes malos datos referidos al fracaso escolar en nuestro país han hecho encenderse en las cabezas de los tecnócratas de turno la bombilla equivocada. Así pensaron, confundiendo el camino más corto con el mejor: ¿cuál es la manera más rápida de remontar el mal dato de suspensos y abandonos? Pues convirtiendo los suspensos en aprobados, naturalmente. Medidas como la promoción al curso siguiente de un alumno con hasta tres asignaturas pendientes, o la implantación de la convocatoria de septiembre en las enseñanzas de régimen especial, entre otras, van en esa dirección.

En el conservatorio de música donde uno ejerce cada vez se hace más farragoso el ya de por sí lamentable trámite del suspenso, pues al boletín con la calificación negativa ahora hemos de adjuntar un informe en el que se detallan los objetivos no alcanzados por el alumno, así como una “propuesta de actividades para la superación de la asignatura” en la convocatoria de septiembre. En las pruebas de acceso para aspirantes externos, que desde hace un par de años se graban en vídeo (otra muestra de confianza en el profesorado), el tribunal examinador debe cumplimentar un documento en respuesta a las reclamaciones presentadas por los padres, que, alentadas a veces desde el propio centro, cada curso llegan en mayor número.

Esta actitud de la administración, ante la duda a favor de padres y alumnos, puede acarrear a los profesores enojosos roces laborales, como la repetición del examen a alguno de los aspirantes con estrambóticos pretextos. Uno de esos asuntos le llevó increíblemente a uno a verse picando la puerta del despacho del inspector educativo, ante el que se sentó arrugando la boina, avergonzado por traer a colación un tan nimio –aunque para sí importante– capítulo. El señor inspector, cum laude en chuletones a juzgar por su aparente embarazo, no lo tuvo sin embargo para quitársele a uno de encima con sumo descaro, recomendándole sutilmente que no diera más la lata.

Aunque en estos litigios quede uno conforme de sí por haber hecho lo que debía, que a menudo es lo más difícil de hacer, son éstos duros aprendizajes, socavadores de la confianza en las instituciones y la justicia domésticas. Señores profesores: como el nefasto Wert (que en el teclado del ordenador se toca como Re Mi Fa Sol en el del piano) ha decidido condicionar las becas al expediente académico, tiren hacia arriba de las notas de los alumnos, pero solo un poco, no tanto como para que puedan acceder a una de ellas; un 5 o un 6 será suficiente.

        Veremos cómo sigue cazando la perrita.

martes, 22 de mayo de 2012

MEMORIA


Viene a decir Carlos Pujol (y digo viene, no venía) en su magistral Cuadernos de escritura  que sin memoria no se puede ser escritor. Tal vez tenga razón, pero sí hay algo que agradecer a la desmemoria: que nos permita juzgar, en intervalos de tiempo no muy largos, nuestro propio trabajo con mirada renovada, con ese mayor grado de objetividad que la distancia y el despego posibilitan. Mejores críticos y con la satisfacción de haber sabido hacer de la carencia virtud.



UNA ERRATA

   
       Una errata dichosa: primavena.



sábado, 19 de mayo de 2012

viernes, 18 de mayo de 2012

SUEÑO EN EL SUEÑO

Un día más sin preparar el examen más enjundioso del cuatrimestre, y ni el menor remordimiento de conciencia. ¿Cómo así? Ocurrió que el tramoyista burlón que opera en mi sueño puso ante mi magín un devaneo susceptible de convertirse en poema. Sería la primera vez, pero ¿no hay una primera vez para casi todo? ¿Seremos capaces de dar forma cabal a lo incoherente? De momento, después de trabajar la mayor parte de la mañana en ello, la esperanza (no es poco) sigue viva. Del fonema al grafema tendrá que esperar. Si tú me dices ven lo dejo todo.



Niebla atrapada en una tela de araña, sueño en el sueño

miércoles, 16 de mayo de 2012

ESTORNUDOS, MURMULLOS

Hoy estornuda el día”, saluda bienhumorado un paisano. Está la mañana incisiva en gramíneas, saturada de polen. Junto a los plátanos del paseo de Recoletos se escucha a cada rato a alguien sonándose los mocos. Las trompetas de la mañana. Las detonaciones de los estornudos se suceden por doquier. Hoy estornuda el día, qué gloria de frase, ya mía y para siempre.

* * *

También los autobuses estornudan. Y las latas de refresco. Y los rebecos cuando dan la voz de alarma. Y los botes de pelotas de tenis. Y las planchas de vapor. Y, más modestamente, los mecheros. Y las botellas de gaseosa. Y el charles de una batería. Y los cuadernos de espiral al arrancar una hoja de golpe. Y, con una frecuencia inhumana, los aspersores ametrallando agua.

Pero es que el ruido de los chopos movidos por la brisa es el de la cebolla al freírse. O como el reflujo de la ola en una playa de piedras. O como una cascada oída desde lejos. O como el del viento entre la cebada ya espigada. O como el soñoliento ronroneo de los viejos discos de pizarra.

Una definición parcial de la poesía: el arte de buscar analogías.

lunes, 14 de mayo de 2012

LIRIOS


El rostro del macaco japonés



Estarán ya los lirios
jugando a mar, a cielo, a sol llorado

viernes, 11 de mayo de 2012

RECUERDO INFANTIL, Y III

Innato, el espíritu comercial. Innata, la crueldad. Dos tempranas querencias que en la adultez, lejos de mitigarse, se afinan y funden en actitudes y oficios, y así nos va.

jueves, 10 de mayo de 2012

RECUERDO INFANTIL, II

El recreo. ¿A qué jugamos? Eso iba por modas. Había temporadas en que la moda era la comba, y todos jugábamos a la comba; después era la cinta, y todos a la cinta; luego la peonza, las canicas, el churrobá, las chapas, los campos medios (o campos quemados, en versión más épica), el cinto, el frontón, y los grupos y las relaciones se organizaban en función de esos juegos, algunos de los cuales frisaban, todo hay que decirlo, el límite de la crueldad.

Como el cinto, cuya mecánica era muy sencilla, como la de la mayoría de los juegos, regidos por reglas claras que evitaran en lo posible las interpretaciones y los litigios, que los había. Por sorteo, un jugador que hacía de “madre” escondía un cinturón en algún lugar del patio sin que los otros, que aguardaban en “casa”, lo vieran. Cuando ya estaba escondido, a la voz de ya se volvían y comenzaban a buscarlo cautelosos, sin separarse demasiado, pues el que lo encontraba empezaba a repartir latigazos con él a todo aquel que no se hubiera puesto a salvo en “casa”. Estaba prohibido darlos por encima de la cintura y con la hebilla, aunque no siempre se respetaban estas normas. Aquello más que jugar era sufrir. Pero había que hacerlo.

El churrobá, versión cafre de la pídola, tenía también su componente sañudo. Se formaban dos equipos de tres o cuatro personas cada uno. Los del primer equipo saltaban de uno en uno sobre la espalda de los del segundo, que “la ponían” formado un trenecito, agachados y con la cabeza entre las piernas del de delante. Dentro de ese segundo equipo de los mulos, o sufridor, había uno que no lo era tanto, que se colocaba de pie con la espalda apoyada en la pared en sentido opuesto a los del trenecito. Era la “madre”, que, cuando habían saltado todos los del primer equipo, preguntaba: ¿tijerita, navajita, ojo de buey? a la vez que con la mano extendía dos dedos, uno, o hacía un círculo con el pulgar y el índice. Si su compañero primero del trenecito, que no podía verlo, lo adivinaba, se cambiaban los roles y los mulos pasaban a saltar. Si no, la volvían a poner, y así hasta que acertaran, y también si el trenecito se abría o se movía demasiado. Se cambiaba también si alguno de los que saltaban tocaba con el pie el suelo o la pierna de alguno de los mulos. Esto, naturalmente, era una continua fuente de polémica, por lo que había un árbitro. Como todo juego, tenía también sus trampas. Por ejemplo, que la “madre”, según marcara navajita, tijerita u ojo de buey torciera un pie hacia un lado, hacia el otro o lo dejara recto para que su doblegado compañero acertara. Las infracciones, si eran descubiertas, se castigaban con capones o collejas, a disposición del árbitro. El componente sañudo venía dado por las diferentes maneras de caer sobre los mulos: “a bomba”, para lo cual los del equipo saltador aupaban en el aire al que saltaba para causar mayor estrago en el aterrizaje, o en el caso de mayor crueldad, con las rodillas. También se valoraba, y otorgaba un cierto prestigio, el componente artístico. Así, había quien giraba 180º en el aire para caer al revés, o 90º, aterrizando de lado. Estas cabriolas eran más comunes cuando había chicas cerca. El nombre le viene al juego porque al impulsarse el saltador tenía que gritar “¡chuuurrobá!”, aunque también se podía decir “¡chorizo!”

Hasta en los juegos sin contacto físico había una tendencia a la burricie. Así, en los de cartas, especialmente en los de descarte, se aplicaba al perdedor el “repelús”, en que el dorso de su mano sufría pellizcos, arrastre de nudillos, machaque con el puño o punción vertical con el índice de los otros jugadores según el palo de las cartas que le quedasen.

En la peonza, el lance de mayor gloria era el de arrancar el rejo de la que estaba en el suelo, que el lanzador se quedaba y exhibía como un trofeo. Esta ambición hizo que se fuera pasando del peruco de rejo redondeado a artillería pesada cuyo apéndice afilábamos en casa, aunque al subirla a la palma de la mano nos la dejara roja y escocida. Finalmente se llegaron a prohibir, ya que levantaban la brea del suelo. Cuando algo así sucedía, sencillamente se cambiaba de moda.

miércoles, 9 de mayo de 2012

RECUERDO INFANTIL, I

Qué innato, el espíritu comercial. Con los mocos todavía colgando, cómo se las apaña el imberbe para obtener rédito de cualquier situación. Recuerdo la primera colección de cromos que completé. Era la de la liga 81-82. Cuando íbamos al rastro los domingos, entre todos los puestos que copaban los soportales de la plaza, había dos puntos de ineludible visita: el tramo enfrente del cuartel de la policía municipal, donde se vendían cachorros de perros y gatos que, en espera de hogar, gemían su incertidumbre en cajas de cartón, y la esquina del Quijote, por donde siempre pululaban algunos chicos, normalmente mayores que yo, con tacos enormes de cromos (algunos con dos o tres) que les llenaban manos y bolsillos, confiriéndoles una respetabilidad rayana en la veneración. La pregunta que les hacía era siempre la misma: “¿Cuáles te faltan?” Si tenía yo alguno de los que decía, el chico estaba dispuesto a dar por él, si se le apretaba, un taco entero, que al día siguiente, en el colegio, cambiaba por otros cromos (sipi, sipi, sipi, nopi, sipi...) o por chapas o canicas. Con todos estos trueques y cambalaches, el recreo tenía algo de feria.

lunes, 7 de mayo de 2012

LA INVENCIÓN DE HUGO


¿Por qué no me terminó de gustar –no me gustó, gustándome– La invención de Hugo? Por el mismo motivo por el que no me terminó de gustar Midnight in Paris: por las trazas de inverosimilitud, que habría sido tan fácil evitar, en una historia que podría pasar por verosímil. Comparten la cinta de Allen y de Scorsese aciertos y caídas. Entre los aciertos, un ingenioso y bien armado guión, una seductora fotografía nocturna de París y una trama que va ganando en interés, si en Midnight in Paris a medida que se adentra en la ficción, aquí a medida que el peso de la historia va recayendo en el personaje de Mélies, apoyado en precisos datos biográficos, aunque con algunas libertades (gran trabajo, por cierto, de Ben Kingsley). Coinciden también ambas cintas en evidenciar cierta recuperación de sus directores tras sus últimos fiascos (corramos un piadoso velo sobre El aviador, Infiltrados o Shutter Island). La invención de Hugo transmite además amor por el oficio del cine, el dibujo o los ingenios mecánicos (nunca habríamos soñado ver tan de cerca las tripas a un reloj). Pero ¿por qué no me terminó de gustar –no me gustó–? Por la sobreactuación, la parodia de trazo grueso, si en la película de Allen del fatuo amigo de la prometida del protagonista, aquí del inspector de la estación, arquetipo del policía torpe y amargado pero con buen corazón. Suficiente para irritar al espectador que busque, además de entretenimiento, y aun a costa de forzadas chacotas, la verosimilitud que, para uno, la verdad necesita.

sábado, 5 de mayo de 2012

PASEO

Qué mayo tan decantado, tan cumplido, de un verde tan hecho. Ondea la cebada. Una golondrina se posa en el cable, mira en derredor, parlotea y termina: prriiipi. En un perdido entre dos caminos las ovejas hacen su trabajo. Dicen que el pastor se jubilará este año. Nos lamentamos, un pueblo sin pastor… Vienen y van los vencejos con su chirleo, los aviones, las pelusas de los chopos del arroyo, algún mirlo en busca de umbría. Sólo eso.


jueves, 3 de mayo de 2012

LOS MUERTOS DE LAS BUENAS INTENCIONES

De regreso a casa, echada la jornada, a la luz de una farola llama mi atención una enorme araña de patas peludas y cuerpo negro parecida a una tarántula. Su inmovilidad me invita a observarla más de cerca, y al hacerlo aprecio un menudo, bullicioso movimiento sobre su cuerpo. Creyendo que se trata de hormigas atacándola en turbamulta, las empiezo a retirar con una ramita. Caen a decenas, pero son aún muchas las que se agitan frenéticamente sobre el tupido lomo. Como la araña ha comenzado a moverse, la dejo subir a mi zapato para sacudirlo enseguida. Al caer patas arriba ya se desprenden la mayoría de los atacantes. Repito la operación y su cuerpo muestra ya su natural tono parduzco, a la vez que ha disminuido su volumen. Al fijarme de cerca en las supuestas hormigas, me quedo de una pieza al apreciar que no son tales, sino cientos de arañitas minúsculas despojadas de la seguridad materna. Me retiro de la escena con una picajosa desazón y, peor aún, con la mala conciencia de haber causado tal vez una desgracia irreparable. Al acostarme, temo que el obrador de los sueños decida que he de pagar por el aracnicidio y paso una horrible duermevela durante la cual el cuerpo no deja de picarme. Y como toda una madrugada da para mucho y mal pensar, se me ocurre que tal vez alguna cría quedara prendida en la suela de mis zapatos, que metí en el armario. De ahí a imaginar la casa repleta de ejemplares adultos con mortal sed de venganza hay un paso. En lo poco dormido, ya contra la mañana, cumplen su justa vendetta en una pesadilla en la que terminan haciendo de mi piel negra mortaja. Ante el espejo, prometo a mi ojeroso doble no volver a jugar a ser Dios en adelante.