F. no había
estado nunca en Zamora, pero conocía a un zamorano con el que mantuvo trato
asiduo durante una temporada. Hablando con M., aseveraba por aquel conocido que
los zamoranos eran gente fría y distante, un tanto más susceptibles de lo saludable.
A M., que también conoció a un zamorano sin haber estado en aquella ciudad, le
parecían por el contrario amabilísimos, expansivos, diáfanos en el trato.
Como F. y M. eran
de esa clase de personas que siempre pretenden tener la razón, aun cuando no
hay razón que tener, ninguno se movía; al contrario, iban añadiendo razones y
sinrazones a su discurso. Lo mejor de todo fue que F. y M. empezaron a intuir
(aunque ninguno dijo nada) que el conocido de uno y otro eran la misma persona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario