y ese falso silencio que sucede
a la detonación, siempre te parecieron
más propias de otra época, más dóciles
a otras manos sin duda más templadas.
Desde su oscuro origen,
como el del hombre incierto, han sido objeto
de un culto tan curioso como impune.
Incluso hay quien con riguroso celo
las conserva y ordena como negro amuleto
en el noble caoba de sus estanterías.
Su frágil apariencia
encubre a duras penas un poder destructor
que suelen ejercer contra la vida,
confiriendo a su dueño
un poder prestigiado que, llevado al extremo,
lo convierte a sus ojos en un esclavo o un dios.
No todos las codician, sin embargo,
pues las carga el diablo.
Son, efectivamente, las palabras.
(De Quietud)
No hay comentarios:
Publicar un comentario