Si
yo tuviese veinte años menos de los que tengo ahora
sería
aquel que en 1965 se decía:
Si
yo tuviese veinte años menos de los que tengo ahora
sería
aquel que en 1945 se decía:
Si
yo tuviese veinte años más de los que tengo ahora...
Este
poema de Ángel González, titulado “Autorretrato de los 60 años”,
incide en una reflexión literaria y filosófica recurrente: la
insatisfacción del hombre con su tiempo y la intuición de que en
otro pretérito hubiera podido alcanzar esa tranquilidad de ánimo
que llamamos felicidad. En
el mismo sentido, un escritor catalán nos dejó en uno de
sus libros frases como estas:
¡Cuándo
seremos felices! Sin embargo, sospecho que ya lo hemos sido, que ya
lo fuimos. ¿Se puede ser feliz dos veces en la vida? ¿No sería
pedir demasiado a esa cosa tan corta y absurda que es la existencia?
Felices, a mi entender, ya lo fuimos una vez hace muchos años los
que nos acercamos al medio siglo (...)
Que
lo fuimos, no me cabe la menor duda. Hace treinta y cinco años,
cuando yo estudiaba el bachillerato, el pueblo donde yo entonces
vivía presentaba el maravilloso espectáculo de estar habitado por
personas totalmente dichosas. Conocía a muchísimas personas del
pueblo. Había ido a la escuela con los chicos más pobres de la
población y entraba y salía de sus casas constantemente. No creo
que nadie tuviera el menor interés de ocultar nada ni en representar
un papel distinto del que tenía en la vida. Aquella gente era feliz
en el grado máximo en que uno puede serlo en la vida (...) Pero
entonces no nos dimos cuenta (...)
¿Y
sabe usted, señora, por qué yo tengo la convicción de que entonces
la gente era feliz? Simplemente, porque se aburría (...) El
aburrimiento es un producto, una consecuencia de los peligros
evitados, de los dolores consolados, de las desgracias amortiguadas.
Y dado que eso es lo único a que se puede aspirar, es lo mejor en la
vida; dado que esa es la máxima felicidad a que podemos llegar;
porque la otra, la que podríamos llamar felicidad activa, no puede
ser más que inconsciente; de aquí que aburrimiento y felicidad sean
lo mismo (...)
Como
los particulares, como los ciudadanos que andamos por la calle, los
Estados se encuentran abrumados de dificultades. Todos –organismos
públicos y personas privadas– quisieran volver atrás y desandar
lo andado. Nadie cree ya en la felicidad del futuro. Es el pasado lo
que se ha convertido en utopía, en ilusión, en deseo(...)
Se
trata, pues, en definitiva, de que podamos todos otra vez aburrirnos
como nos merecemos después de tantos años de vivir en un estado de
saturación de sensaciones y de hipertensión de problemas. Esto,
claro está, costará mucho, y es muy probable que sea ya imposible
volver a verlo (...)
Quieren
que nos divirtamos, cueste lo que cueste. Quieren hacernos la vida
fantásticamente interesante (...) Se trata de saber quién cederá a
quién; si nuestro derecho al tedio cederá a la pretensión de los
demás a divertirse y a divertirnos o si sucederá lo contrario (...)
Fuimos
ya felices, aunque sin darnos cuenta, hace ya muchos años. Sería
extraño que las cosas se repitieran. Nunca segundas partes...
¿No
es una radiografía de nuestros males de hoy, esa saturación de
sensaciones, esa instigación hacia la búsqueda urgente del placer,
esa sensación amarga de la imposibilidad de desandar lo andado? Por
mucho que nos parezca que estas reflexiones han sido escritas ayer,
no lo fueron ni siquiera hace los 35 años que se mencionan, aquel
1979 en
que se iba levantando la niebla de la dictadura.
Estos párrafos pertenecen al Viaje
en autobús
escrito por Josep Pla en 1942, a sus 45 años. Por tanto, la
situación de felicidad que rememoran se sitúa a principios del XX,
hace ya un siglo. ¿No habría escrito lo mismo a sus 45 años de
haber nacido una década o cinco antes o después? ¿Y no será acaso
lo que determina aquel recuerdo, más que sus circunstancias, el
punto de vista de aquel adolescente, inevitablemente distinto al que
tendrían los padres de sus compañeros de estudios ahí mencionados?