Releo a Gil-Albert. El primer verso del poema titulado “A un pájaro” me llena de estupor e incredulidad: o he sido plagiado treinta años antes de haber dado vida y alas a mi “Mirlo en el jardín” o, más bien, el plagiario soy yo.
Duelo de pájaros es este, si bien el mío, con “Esas dos notas leves / (…) / esas dos gotas mínimas”, su “pico melado” y su “ya te vas por las ramas” final, parece que podría haber empollinado en el nido del gil-albertino (cuya especie no se especifica, aunque todo parece indicar que también se trata de un mirlo), del que habría aprendido a decir “esas tres notas líquidas / (…) esas tres notas vacilantes”, con su “pico de oro” y su “entre tanto cambias de ramaje.”
Ante tantas coincidencias quedo absorto, como en mi poema los que, tras escuchar al mirlo, “así quedamos, pensativos.” Lo peor es que el paralelismo en algunos versos no hacen sino más sospechosas las tenues diferencias. Pues ¿no se queda igualmente “pensando largo tiempo” el oyente del pájaro de Gil-Albert?
Ya me veo balbuciendo confusas explicaciones ante el editor, defendiendo una inocencia increíble y clamando por la no supresión del poema a la manera de ET en ET: mi mirlo, mi mirlo… No hay plagio, le diría, sino, en el peor de los casos, contagio propiciado por una memoria de pez. ¿En el peor de los casos? ¿Es malo, o siquiera evitable, que las lecturas que nos han ganado emocional, literariamente (es lo mismo), tengan reflejo en nuestra obra? Hablemos entonces de impregnación, de absorción inconsciente o, si no hay más remedio, de intertextualidad, pero nunca de plagio. ¿Diríamos de un mirlo que plagia a otro por cantar parecido?
Plagio no, porque mi pájaro es otro que el de Gil-Albert, pues a diferencia de aquel bebió del manantial del sueño, subió luego al obrador del cielo, donde escuchó sonidos dolientes del crepúsculo, y más tarde supo destilarlos en la garganta para sí y para nadie y para todos... Yo pensé en él y lo saqué adelante en una noche como esta, y le di un corazón y un alma a la medida de la mía, y alas para que pudiera escapar de la jaula del folio. Decía Juan Ramón Jiménez que un poeta no continúa a otro, sino que recrea, revive, aísla y cierra en sí mismo toda la poesía, y, en el mismo sentido, formulaba Borges la paradoja de que todo escritor crea a sus precursores. Pues ¿qué mirlo detrás del mirlo la trama empieza?
MIRLO EN EL JARDÍN
Esas dos notas leves
en la ensordecedora sinfonía del orbe,
esas dos gotas mínimas
en el caudal innúmero del tiempo,
del manantial del sueño las robaste,
y pulcro y entregado, en tu jornada humilde
con el pico melado las alzaste
al obrador del cielo.
Si allá arriba
esquilas escuchaste, o un murmullo de hojas,
o sonidos dolientes del crepúsculo,
supiste destilarlos
con hondo sentimiento en la garganta
para ti y para nadie y para todos.
Ya te vas por las ramas y nos dejas
a los que así quedamos, pensativos,
la nostalgia, recuerdo de no se sabe qué.
(De Quietud)
Valladolid, 18/11/2008