Vienen, sí,
esos días negados, como unos calcetines del color de la pena, por no decir en
la cesta de la ropa sucia, días contagiados por la niebla y la lluvia, de un
cansancio sin causa, días sin su momento. Si estamos así en noviembre cómo
llegaremos a junio, piensa uno. Y entonces, justo ahí, no olvidar que siempre
acaban volviendo las mañanas de dulce sur que justifican el mundo, amarillas y
azules como un lirio a deshora que nos lava la mirada, tardes templadas para el
paseo lento, noches amplias que nos restituyen la plata centelleante del cielo; mañanas,
tardes y noches con sus pequeños grandes placeres, si baratos impagables: el desayuno con periódico en
la panadería del barrio, la biblioteca en bici, el Mondosonoro y los
suplementos en el café donde suena mi aria favorita de Vivaldi o la belleza
también temblorosa de las nuevas canciones de Röyksopp (y qué pocas veces las palabras habrán dicho tan bellamente como aquí lo que une a dos hermanos). ¿En qué poema cabrá
tanta poesía?
lunes, 24 de noviembre de 2014
lunes, 17 de noviembre de 2014
BROTES DE VICENTE GALLEGO
Las cosas naturales vuelven siempre, escribió Unamuno en endecasílabo memorable. En correspondencia, no es sino gratitud elemental que a ellas vuelva la poesía, en verso o en prosa, caso de Cuaderno de brotes, último libro de Vicente Gallego. 25 años han transcurrido desde La luz, de otra manera. Y cosa natural como ninguna es que los poemas del autor hayan ido modulando su voz de la mano del hombre, acompañando al poeta en su discurrir vital, en su decantación. Por eso, apreciando uno los libros primeros de Vicente Gallego, prefiere los últimos, libros y poemas de serena celebración. La reseña que sigue, publicada en el último número de Clarín, da más detallada cuenta de ello.
■ ■ ■
DONDE LA VIDA
Quizá desconcierte al lector de poesía abrir un libro de Vicente Gallego y
encontrarse una disposición tipográfica a línea tirada. Si esto lo convierte o
no en prosa poética es algo que yo no sé. Pero sí que no por ello contiene
menos poesía. ¿Hemos de dudar de la entidad poética de este Cuaderno de
brotes sólo porque el verso se esconda, por juego o timidez, para darse
sólo a quien sabe escucharlo? Para el autor no sería difícil dar a la mayoría
de los textos la apariencia del verso. En base a esto, sería un error
considerar este libro distinto del anterior Mundo dentro del claro, con
el que tanto comparte, y lamentable prestarle menos atención. Pero como las cuestiones
de género o subgénero se revelan la mayoría de las veces anecdóticas cuando no
latosísimas, más ganaremos haciendo notar la voluntad de estos poemas de fijar
el instante. En ello recuerdan a las estampas japonesas. No es casual que las
dos citas que abren el libro sean del pintor Shitao y del poeta Basho. A trazos
descriptivos como los del rezo de la mantis, el despertar al día de los objetos
del cuarto o la caída de los pétalos de una rosa siguen escenas en que el poeta
busca las hierbas con que aderezar su alimento, poda un pino o masajea la
espalda de su hijo. Entre unos y otras nos es revelada la rama común de estos brotes:
“En cuanto encuentro unas horas disponibles, me meto en el bolsillo mi pequeño
cuaderno y salgo a comer y beber campo, soles, aire lavado, porque algunas
veces brota en la mañana una palabra verdadera, (…) esa palabra que nunca
encontraré y por la que esta vida ha sido tan hermosa.” El paseo y el cuaderno,
y con suerte los brotes. Pero estos ¿qué cuentan? Casi nada: lo que cuenta. El
poeta hunde un brazo en el agua de un río, sale a la noche sola del monte y le
da lo suyo a los sentidos. Por amor a lo pequeño es minucioso. Muchas veces
pregunta (normal, ¿qué pregunta de ley tendrá respuesta?); otras interpela al
romero, al sol, a la raposa que le hace una visita nocturna; siempre celebra.
Vive para la revelación de la belleza, que es amor, y que está ahí en todo y
para todos. “Pero no lo verá el que quiera hacer fuerza, el que vea un error en
el curso del agua.” No hay nada que entender. Acepta el dolor como emisario del
gozo. Como Whitman, uno de los poetas más incomprensiblemente preteridos de
nuestro tiempo, se canta a sí mismo en lo suyo, mostrando una vez más las
vergüenzas de la vieja y triste idea de que con la felicidad no es posible
hacer buena literatura.
A brotes y ramas los
sustenta la raíz de una poética que el autor fía a la lluvia, el fruto o el
pájaro: “Si alguien quiere saber cómo escribo a estas alturas, le sugeriría que
preguntara a la lluvia cómo cae, al fruto cómo crece. Escribo escribiendo,
respiro respirando (...) No se hace poesía con el pensamiento, se hace con
palabras sueltas, apenas con sonidos, escuchando los asomos musicales,
dejándolos decirse y desdecirse, casi casi con nada.” Qué lejano este temperamento
del de aquellos poemas locuaces y terminantes, urbanos y a menudo canallas de
los libros que el autor deja fuera de la nota bibliográfica, poemas excelentes
de otra manera, pero sin duda más epocales.
Uno de los valores a sumar a este libro es la frescura
de sus imágenes: los árboles son maracas de la brisa, rasca los montes el
fósforo del sol, que es también arpista del cabello, patinador del iris. Hay
poemas de intimidad familiar en que el poeta se retrata con su hijo, su madre,
su gato o algún amigo. Tampoco le niega el alma a los objetos. Pero los más
numerosos son aquellos en los que busca su escondida senda, los que se abren a
la hermandad del sol y de la lluvia (ante la que “todo asiente, y nadie sabe a
qué verdad, qué poderío”), del viento y de la noche, una noche paseada,
respirada (“esta gloria inmemorial de no terminársela con los ojos, este
instantáneo cumplimiento”), y en especial del monte, “corazón abierto, espacio
que no engaña”, “maternidad diáfana donde el alma no encuentra límites” y donde
el poeta “saca agua del aljibe interior”.
Lean este Cuaderno de brotes los agoreros de
la muerte de la naturaleza en la poesía. Pues ¿dónde estará mejor que aquí,
donde la vida?
martes, 11 de noviembre de 2014
LAS NOTAS, LA MELODÍA
No parece
necesario convencer a nadie a estas alturas de los beneficios de la música y su
educación en la formación de las personas, excepción hecha, naturalmente, del
ministro del ramo, ramo bien mustio, el pobre. Canalizada a través del aprendizaje de un instrumento, la
experiencia cobra para los niños, siempre que no vayan obligados, tintes de
aventura, y se alimenta de un caudal de ilusión que a uno le gusta comparar con
el que bulle en nosotros en los albores de un amor.
Cada dos años (dejamos, si es posible, uno en barbecho, porque las clases de primero exigen grandes dosis de una paciencia que los años van erosionando), cada dos años volvemos a ver ese brillo en sus ojos al abrir el estuche, esa preocupación ante la dificultad de tapar completamente los agujeros con sus pequeños dedos, ese pasajero desánimo ante la sensación de que el instrumento les viene grande. Tocan primero una semana sólo con la cabeza de la flauta, a la que, en la siguiente, añaden el pie (la “miniflauta” les encanta), y ya a la tercera, si todo va bien, unen las tres piezas. Van aprendiendo la posición de los dedos para unas pocas notas, y con ellas ya pueden tocar algunas piececillas. La dificultad mayor es la suma de dificultades, tener que pensar a la vez en varias cosas como la posición de pies, brazos, manos, cabeza y de la propia flauta, la nueva manera de respirar, la lectura aún balbuciente de notas y figuras en el pentagrama, o la posición de los dedos para esas notas.
Cada dos años (dejamos, si es posible, uno en barbecho, porque las clases de primero exigen grandes dosis de una paciencia que los años van erosionando), cada dos años volvemos a ver ese brillo en sus ojos al abrir el estuche, esa preocupación ante la dificultad de tapar completamente los agujeros con sus pequeños dedos, ese pasajero desánimo ante la sensación de que el instrumento les viene grande. Tocan primero una semana sólo con la cabeza de la flauta, a la que, en la siguiente, añaden el pie (la “miniflauta” les encanta), y ya a la tercera, si todo va bien, unen las tres piezas. Van aprendiendo la posición de los dedos para unas pocas notas, y con ellas ya pueden tocar algunas piececillas. La dificultad mayor es la suma de dificultades, tener que pensar a la vez en varias cosas como la posición de pies, brazos, manos, cabeza y de la propia flauta, la nueva manera de respirar, la lectura aún balbuciente de notas y figuras en el pentagrama, o la posición de los dedos para esas notas.
Tocante a esto último, hay una dificultad añadida: colocar bien los dedos no garantiza que suene la nota escrita. También hay que soplar lo justo; si se sopla de más suena un armónico; si de menos, el sonido se rompe. Incluso en notas tan cercanas como un Mi y un La medios el caudal de aire difiere, pues, de soplar lo mismo, o bien el La se caerá de octava o bien el Mi se subirá. Estrellas de una misma galaxia, cada nota es única. Para uno, lo más gozoso de las clases es hacer ver a los chicos los problemas y sus soluciones mediante analogías que puedan ser de su interés, en función de sus años y su talante. Para ilustrar a Alicia sobre lo antedicho, le expliqué que las notas son como personas a las que acabara de conocer (sus compañeros de clase colectiva, sin ir más lejos), y que de inicio no tendrá con todas el mismo trato; con algunas estará más cómoda y con otras irá más lenta, pero tiene que terminar estando a gusto con todas, confiada. Sorprendido por la belleza del propio ejemplo (el profesor, si lo es, aprende tanto como el alumno), voy hasta la ventana mientras Alicia lo intenta otra vez, preguntándome, no sin cierto reconcomio, si habré arrancado a las notas al alcance de mi instrumento una melodía serena y hermosa, receloso de que, si no lo he logrado a estas alturas, pueda ya llegar a hacerlo.
sábado, 8 de noviembre de 2014
AFORISMOS DE SANTIAGO RUSIÑOL (y III)
Quienes
buscan la verdad merecen el castigo de encontrarla.
En vez de
llamarla "casa paterna", deberían llamarla "casa materna",
pues hay algunos que pueden ser "paternos" sin llegar a ser los
padres.
Cuando alguien
habla a una mujer, si quien lo hace no le resulta simpático, ella nunca
entiende lo que le dice. En vez de escucharle, se distrae. Por eso, la mujer
jamás puede ser juez.
El
matrimonio es complicarse la vida; el divorcio es volvérsela a complicar.
La mujer
hermosa es un peligro. La mujer fea es un peligro y una desgracia.
El esfuerzo
de la mujer para aparentar juventud es, de los cuarenta a los cincuenta años,
una cosa heroica. Al pasar de los cincuenta, una cosa trágica.
Cuando un hombre tiene un picor en el brazo, se rasca; cuando lo tiene en el cerebro, hace animaladas.
La
inconsciencia es un libro alegre. La experiencia es un libro tristísimo.
Dos cosas
que molestan mucho son los gritos de los niños y el silencio de los viejos.
Cuando un
hombre tiene razón no grita; cuando no la tiene, grita para hacer creer que la
tiene.
Todos
decimos tonterías. Los filósofos son los únicos que las dicen seriamente.
Para sentir
admiración hacia un sabio, es preciso no terminar de entenderlo bien del todo.
A quien le
hagan un homenaje, que se vaya preparando el nicho.
El ingenio
es la hembra del genio.
El hombre
calvo cree tener talento y el que tiene pelo cree tener genio. Sin embargo, el
cerebro ni lo distingue.
Llamar hábil
a un artista es censurarlo; llamárselo a un político es alabarlo.
El escritor
que cuida demasiado el estilo lo hace porque tiene pocas cosas que decir; el
que no lo cuida nada, mejor sería que no las dijera.
Escribir
versos es como fabricar una colcha: cuanto más bordada, menos abriga.
jueves, 6 de noviembre de 2014
AFORISMOS DE SANTIAGO RUSIÑOL (II)
Cuando
un hombre pide justicia, quiere decir que le den la razón.
Muchas
veces se condena a un hombre porque un jurado ha pasado mala noche y está de
mal humor.
El
hombre de malos instintos que es instruido cuenta con más medios para causar
desgracias.
El
perdón, la mayoría de las veces, es pereza. De quien es perezoso se dice, muy a
menudo, que es un buen hombre.
La urbanidad
es el conjunto de reglas para hacer llevadera la estupidez.
La
hipocresía es de agradecer, pues supone un esfuerzo de cara al prójimo para
disimular los propios instintos.
La
cortesía es un disimulo. El hombre, al entrar en el teatro, da el brazo derecho
a la mujer, pero si hay fuego, pasa por encima de ella para salir más rápido.
Si una
criatura se cae a un pozo, la madre se lanza de cabeza; si la madre es quien
cae, el hijo llama a los vecinos para que la salven.
El amor a la
humanidad es literatura declamatoria. Para salvar la vida de un amigo, se
dejaría morir a cien mil chinos.
La
experiencia no sirve de nada. Los hombres experimentados son como esos
jugadores que se apuntan las cartas que han salido, pero no saben las que
todavía quedan por salir.
El juego
es altamente moral: sirve para arruinar a los tontos.
El
turista es el pulgón de las ruinas; el arqueólogo, la filoxera.
Si todos
los hombres fuesen desnudos, a los fornidos los llamarían "marqueses"
y a los enclenques, "pobres".
Cuando
un médico va por primera vez a una casa, se fija antes en los muebles que en el
enfermo, para saber cuánto hará pagar por su visita.
Cuando
un médico ignora qué tiene el enfermo, pide ayuda a un compañero y cobra el
doble, pues la ignorancia se debe pagar más cara.
No hay
ningún drama tan emocionante como la lectura de un testamento. Y eso que ya no
está el protagonista.
martes, 4 de noviembre de 2014
AFORISMOS DE SANTIAGO RUSIÑOL (I)
Aunque destilados, a decir de Pla, durante cuarenta años, los aforismos de Máximas y malos pensamientos sirvieron al pintor y escritor modernista Santiago Rusiñol de purga contra el miedo a la muerte y la murria de los últimos años, con sus arrechuchos y sus hipocondrías. Publicados cuatro años antes de su muerte y subtitulados con el lema "Pensa mal y no erraràs", en ellos convierte Rusiñol en blanco de su mordacidad a médicos (significativamente recurrentes), jueces, políticos, mujeres, mendigos, jugadores, artistas, turistas, negros, emigrantes o chinos. Tiene para todos. También para él; la primera persona del plural comparece a menudo: "A quien ha sido rico y ahora es pobre, para excusarnos de ayudarle le tratamos de irresponsable." También bufonean, como en cuadro de Solana, los verdugos, herencias, cuernos, testamentos..., un macabrismo un punto macarra que provoca en el lector una sonrisa más cáustica que cordial. El extremismo de sus invectivas, impensable hoy, inspira más compasión que rechazo, e invita a tender un piadoso puente que salve los casi noventa años transcurridos desde su publicación. Eran otros tiempos, por fortuna ("Los pájaros tienen las plumas para pavonearse. Las mujeres, para pavonearse, necesitan a las modistas."), o por desgracia ("Los gobernantes siempre son malos, pero son lo más selecto del pueblo.")
La edición, en la colección Cardinales de Vaso Roto, es ejemplar. La traducción y el prólogo, conciso y sustancial, corren a cargo de Francisco Fuster.
*
Al
trabajo le llaman virtud quienes no tienen que trabajar, para engañar a quienes
les hacen el trabajo.
El
pueblo siente más admiración por quien se ha hecho rico explotándolo que por
quien se arruina para servirlo.
Una
revolución es el triunfo de los ambiciosos de abajo sobre los perezosos de
arriba.
El
triunfo de las mayorías no es razonamiento, son empujones.
Engañar
a los hombres, de uno en uno, es bastante más difícil que engañarlos de mil en
mil.
Si
es verdad, como aseguran, que la propiedad es un robo, el día en que todo sea
de todos, todo el mundo será ladrón.
El robo,
si es muy grande, se dignifica.
El
absolutismo es la tontería concentrada. Y el liberalismo, la tontería dispersa.
La pena
de muerte puede ser un buen ejemplo... para el muerto. Si pudiese resucitar le
serviría como experiencia. A los vivos no les sirve para nada, pues todos
piensan que no va con ellos.
Los
regalos que hacen los grandes millonarios a la humanidad no son regalos, sino
propinas.
El
asesino es un héroe al revés.
La
iglesia tiene dos grandes fuerzas: la amenaza y la esperanza. Sin el castigo no
irían los malos; sin el premio, no irían los buenos. Quien duda es carne de
purgatorio.
Decir
"Dios te guarde" a los pobres es enviarles a cobrar a casa de un
desconocido, y sin recomendación.
Para
pedir limosna hay que ir limpio pero mal vestido. El pobre que viste bien no da
pena y el que va sucio da asco. Hasta la compasión se debe inspirar con medida.
La
mayoría de los hombres que se califican de austeros no tienen hambre.
La
austeridad es la avaricia de la virtud.