sábado, 19 de abril de 2025

UNA BANDA SONORA DE UN VIAJE

 

Vuelvo de Zazuar por la carretera nacional, que llega a León más recto que la autovía, y además lleva más primavera. Aranda, Tórtoles de Esgueva, Magaz, Palencia, Villalón de Campos y Albires, donde conecta con la Valladolid-León (o Gijón-Adanero). Todo está a punto: el campo en rompimiento de verdes, el atardecer de hora y media (lato sensu), y a mi disposición todas las músicas del mundo. No sé los años que hace de la última vez que pasé por aquí. Es la misma carretera por la que volvía, en el año 2001, cuando completaba mi jornada en la escuela de música de Aranda. Entonces mi corazón viajaba nervioso hacia I.; dos años después viajaba, también nervioso, desde S.

Escribí entonces un indefendible poema sobre esos viajes, en el que decía que iba escuchando en ellos, uno detrás de otro, los discos de Pat Metheny. Pienso qué sonidos quiero que se acomoden a mi soledad de hoy. Pruebo primero con la radio. En radio 3, unas guitarras atronadoras. En radio 2, una soprano desquiciada en una de esas arias de lo que se dio en llamar, a saber por qué, “bel canto”. Pongo una de esas listas eclécticas de Spotify, pero me conozco y sé que corro el riesgo de ir agobiándome por la sensación de estar desaprovechando el momento especial. Pone todo en paz “Encounters at the end of the world”, de Thomas Feiner, que paradójicamente es de esas canciones que te ponen en congoja, como alguna de Jeniferever o Efterklang. Sigo con la radio de esa canción. La alfombra amarilla de la colza mejora esta música en cuya profundidad siento un leopardiano dulce naufragar, como con “Vile of white”, de Trentemøller.


Thomas Feiner ("Encounters at the end of the world", single, 2020)


De vez en cuando bajo la ventanilla. El olor y los sonidos de la pajarada son sediciosos. Paro a mear a la salida de un pueblo, junto a la tapia del cementerio. Mis pensamientos me hacen gracia: esto es lo que necesitaba, qué gusto, me estoy follando a mi propia meada. De vuelta al coche me imagino a dos huéspedes del camposanto soltando ajos bajo sus lápidas: “Ya podía ese mear a la puerta de su casa”. “Ya te digo, qué asco”.

Se puede decir que ya es de noche. Necesito una música más cálida, algo que ya tenga raíces echadas en mí, mejor con voz. Feliz idea: “The melody of a fallen tree”, de Winsord of the derby, que siempre me lleva a The radio dept. (la banda sonora de María Antonieta tiene la culpa). Echo a rodar su último disco, Running out of love, de un ya lejano 2016. Un grupazo, The radio dept., y un misterio, como el toque secreto de un cocinero, la manera como filtran la voz, en lo que tienen algo de Pet shop boys (también en la rítmica, como en “We got game”). Incluso los temas que parecen menos afilados se sacan de repente, en el minuto dos o tres, un teclado, una armonía vocal, un puente que dan “el esperado susto”, como el delantero que se saca un gol de la nada. El colchón de fondo de “Occupied” me recuerda a Twin peaks. Y así voy tirando de estas cerezas enganchadas hasta que llegan dos canciones seguidas que me recuerdan por qué, además de por sonar mejor que nadie, me gusta de verdad este grupo, “This thing was bound to happen” y “Can´t be guilty”. Y es por una especie de frescura indefensa, una ingenuidad, un toque naif que nos ganan por lo sencillo, como un río por sus recovecos y sus remansos de paz.


The radio dept.: "This this was bound to happen"
(de Running out of love, 2016)

The radio dept.: "Can´t be guilty"
(de Running out of love, 2016)