miércoles, 30 de diciembre de 2020

NO ME SALEN LAS CUENTAS

A punto de tirar de la cadena de este año, se oye mucho este chascarrillo: “al menos esta vez en la cena de Nochevieja no tendremos que aguantar al cuñado pesado”. Todo el mundo tiene un cuñado pesado pero nadie es el cuñado pesado.


miércoles, 23 de diciembre de 2020

POLIZÓN

Podíamos haberle llamado Sevino, como el perro aquel que se quedó uno de la obra porque, decía, «cuando ya nos marchábamos se vino con nosotros». Pero “Polizón” está muy bien puesto, y fue cosa de Sara. Sucedió así: al llegar del trabajo y cerrar la puerta del coche, escuchó unos maullidos tiernos que salían del motor. No se atrevió a mirar, no fuera a contemplar un desaguisado, así que subió para que abriera yo. Al levantar la tapa vimos un gatito como unas flores mirándonos ojiplático. Era más pequeño que un panete. Cuando fui a echarle mano se escurrió motor abajo y echó a correr hasta meterse en otro coche (se ve que tenía la técnica muy desarrollada). Hubo que localizar entre los vecinos a su dueño, y ya por fin se dejó coger.

Era, ya digo, precioso, con un algo de siamés, aunque se le veía que era gato de muchas leches. Nuestro polizón tenía estrella: había sobrevivido a un viaje de 15 kilómetros en el motor de un coche, como sobreviviría meses después a una caída desde un tercer piso. Hicimos alguna pesquisa para localizar al dueño del gato, pero con cierta desgana, la verdad sea dicha, pues nada más ver aquellos ojos Sara y yo supimos que ya seríamos tres. Cuando le planteaba mis dudas, ella me miraba de aquella manera en que no hacen falta las palabras, la mirada de la maternidad o la del sí. Ni que decir tiene que esos primeros días teníamos a Polizón a qué quieres, boca. Era muy cariñoso, y a la vez se le veía que tenía ya sus camándulas, y en ello se apreciaba lo callejero de sus primeras letras, cosa ésta que a mí, no sé por qué, me ponía orgulloso. Tenía, como buen gato, los dos extremos. Mayormente lagotero, se quedaba dormido en el regazo patas arriba, y parecía imposible que saliera un ronroneo tan potente de un cuerpo tan pequeño. Se le pasaban a uno las horas mirándolo sin que hiciera falta más. Pero de pronto despertaba y en cero coma le entraba la selvatiquez propia de las cachorrerías y los juegos de sus pocas barbas.

Una mañana, pasados unos meses, me llamó la atención que al abrir la ventana de la habitación pequeña no acudiera como siempre con su trotecillo para, apoyado en la mesa, asomarse a la calle. Así había hecho esa misma mañana, como todas las mañanas al ventilar la casa. Agité la caja de las chuches, y tampoco. Peiné la casa. Nada. Decidí bajar. Quiso la suerte que debajo de la ventana haya unos macizos de lavanda y romero. Cuando le vi amonado entre ellos me tiraba ceños como no lo había hecho nunca, y al ir a echarle el guante me bufaba de una manera que me hizo recordar aquello que decía Borges de que Dios creó al gato para que el hombre pudiera acariciar al tigre. Distrayéndole con una mano, le enganché con la otra. Lo puse en el regazo y ya no se movió. Tenía algún arañazo en el hocico y en un párpado. Pero salvo esto y una recancanilla que le duró unos días, «no hubo que lamentar daños». Aquí has gastado otra vida, compañero, le decía. Ya te quedan cinco, y tienes medio año, mira a ver…

A raíz de esto le operamos, no fuera el olor a hembra lo que había empujado al amigo a alzar el vuelo. Pero le quedó un resto de hombría que de vez en cuando se manifiesta en un chocante ritual: se coloca encima de una manta y la muerde mientras va rotando con las patas traseras y bombea al aire. Me figuro que esto viene a ser su onanismo, y yo lo respeto y aun lo fomento, porque entiendo que de vez en cuando es necesario descargar tensiones.

Hubo otro gran susto cuando Polizón se escapó durante las fiestas de Zazuar. Impotencia mayor no conocieron mis días que la de castigar los corrales abandonados con sus tapias durante aquellas largas 50 o 60 horas. Apareció el tunante en el momento exacto en que mi cuñada, que comparte con Poli la afición noctívaga, volvía de la verbena.

Pero volviendo a los rituales, se diría que Polizón vive de momentos. Uno de ellos es al hacer la cama. Viene enseguida a ayudarme. Se mete bajo las sábanas para atacar en el momento de pillarlas en el colchón. Es un lance arriesgado, pues va con todo y ahí no controla. Pelear con él también me sirve a mí para desfogarme, y acaba huyendo con cola de zorro para reaparecer en el momento en que pongo los cojines, al acecho de mi mano provocadora, que raro es el día que no se lleva alguna tarascada.  

Pero el súmmum para Polizón es el momento del cepillado. No tiene límite. Cuando ha llegado la noche sin que le hayamos pasado la carda, maúlla desabrido ante tamaño desafuero. Si estoy recogiendo la cocina y tiene que esperar, va bajando humos hasta que acaba implorando. Me ve entonces coger el cepillo y trota hasta la esquina del comedor, donde se tumba justo debajo del radiador (sitio más incómodo no habría). Tengo observado que cuando estoy cansado le cepillo más fuerte, y esto me recuerda a abu, que ponía fin así, a las bravas, a los rascamientos que yo le solicitaba. Cuando es Polizón el que se cansa, me tira un mordisco sin decir agua va. Aprovecho ese momento para quitarle las legañas y las zurrapas del culo, y si sigue tierno, proceder a un corte de uñas no apto para pusilánimes; tanto es así que creo que voy a empezar a utilizar guantes.

Llega por fin la hora de irse a la cama. Polizón duerme con nosotros (esa batalla la perdí bien pronto). Es entonces cuando aprovecho para leer por fin tranquilamente. Pero no. Todo su afán es colocarse entre mi cara y el libro, pero de espaldas, de manera que queda su ano a dos centímetros de mi nariz. Se inicia ahí un forcejeo que acaba con él a los pies de la cama. Tiene luego rachas de sueño terribles, días en que se diría que no ha hecho otra cosa que dormir. A mí también me pasa todos los años al inicio de las vacaciones de verano, donde no perdono la siesta del carnero (creo que Juan Ramón Jiménez también habló de su «época letárjica»).

Polizón, Poli, Polizonchi, Polizonchíbiris, Gatusquini, Gatus… No hay día que no demos las gracias por tenerle con nosotros.



lunes, 14 de diciembre de 2020

APRENDER A ESPERAR

No tengo como antes los poemas en la cabeza. No intento relacionar lo que veo, escucho o leo con ellos. No llevo libreta encima. Y escribo mejor (esto está muy mal decirlo, pero viene al caso y me importa ser claro). Quizá la poesía sea como el sexo, no es cuestión de cantidad, sino de intensidad. Puedo estar casi un año sin escribir un poema, pero de pronto llegan tres en dos días, como lágrimas calientes sin porqué, porque hacía ya mucho. Últimamente es así. Y yo obedezco.


jueves, 10 de diciembre de 2020

SÓLO ESTE MOMENTO


SÓLO ESTE MOMENTO


                                                   No dabas tú contigo. Caminabas

                                                   absorto río arriba hacia la presa.

                                                   Nadie había, diríamos, allí

                                                   si nadie fuera tanto:

                                                   el agua hermana, otra y la misma, el frágil

                                                   patinar de zancudos zapateros

                                                   como lluvia incipiente,

                                                   el sol entre unos chopos rumorosos

                                                   o un rebullir de insectos al trasluz

                                                   como motas sonámbulas de polvo

                                                   entre otros muchos mundos.

                                                   Y allí, en aquel lugar,

                                                  te esperaba la paz que te negabas.


                                                  No fuiste tú, tu infancia se bañó.

                                                  Al agua confidente fuiste echando

                                                  una a una las penas

                                                  y ninguna flotaba.

                                                  Y fue aún mejor que el río

                                                  se hizo niño también, niña la tarde,

                                                  niño el aire de julio al que secaste

                                                  un cuerpo casi alma.

                                                  Y allí mismo escribiste

                                                  a punta de navaja en el tortuoso

                                                  tronco de un salce “sólo este momento”,

                                                  tributo emocionado

                                                  al piadoso, fiel dios del instante.


(De Hilo de nada, Eolas, 2020)


miércoles, 25 de noviembre de 2020

ASÍ NO SE PUEDE

Había que empezar el curso a como diera lugar. Esa era la única respuesta de la Junta a las peticiones (casi llamadas de socorro) de nuestro centro. Se comportaba la Administración como el profesor cejijunto y brutal que no atiende a razones, quizá para ocultar lo que lleva dentro, ese niño tarambana al que se le pasó el verano a necias y le llegó septiembre sin haber hecho los deberes. Faltaban días para el inicio de curso y en reunión de departamento debatíamos si cabría negarse a dar las clases en condiciones en que no se pudiera garantizar nuestra seguridad y la de los alumnos. El trabajo del equipo directivo debió de ser ingente, haciendo todas las piruetas imaginables y aun inimaginables ante cada “no” de la Junta y la inefable Rocío Lucas, otra valiente inútil. Se solicitó otro edificio para desdoblar las clases grupales. Se negó (el Ayuntamiento sí había acondicionado uno para la Escuela Municipal de Música). Se pidió a la Fundación Siglo que cediera cuatro de sus aulas interactivas. Cedieron dos. Los profesores de viento estábamos especialmente preocupados, porque poco podrían contra los aerosoles, en un aula de 10m2 y con ventilación escasa, las mamparas de un metro por dos que nos facilitaron por toda protección. Lo demás, lo de siempre: mascarillas, distancia, y lo que resolviera el equipo directivo. “¿Pero las clases colectivas, que ni siquiera tienen calificación propia, preguntaba uno, no podrían suprimirse como en otros conservatorios?”. Nones. “¿Y la banda se mantiene?”. Sipi.

Nunca pensé que pudiera no disfrutar de este trabajo. Pero así no se puede, parapetado detrás de una pantalla, sin poder tocar para poner un ejemplo de fraseo (de momento no me la juego), parando a los 20 minutos para renovar el aire y luego a los 50, sin poder tocar las manos de los alumnos. La impotencia con los de 1º es inexpresable. Me resisto a aceptar que lo pedagógico quede en un segundo plano.

Ayer, al ir al servicio, observé que una compañera había dispuesto el aula de otra manera, con la mampara en el centro como si fuera la red de una cancha de tenis. Demasiado se parecía a eso. Hacía la alumna un ejercicio de sonido imitando lo que tocaba su profesora: redondas con el Re sobreagudo, algo equivalente al estornudo de cinco elefantes. Como ir a un tablado sin chubasquero. Quizá esté pecando de prudente. Lo que está claro es que así los alumnos no tiran, que no hay en el aula la alegría que solía. Algo hay que hacer.

domingo, 8 de noviembre de 2020

EXTRAWELT

 

Extrawelt: "Soopertrack" (single, 2005)

Más de Extrawelt                                                                                                                     Y una sesión


miércoles, 4 de noviembre de 2020

ESTATUAS DE SAL, DE AVELINO FIERRO


Durante el confinamiento de marzo y abril (¿tendremos que referirnos a él dentro de poco como “el primer confinamiento”?), Avelino Fierro publicó en El cuaderno digital y en TamTamPress unas “Cartas desde mi celda”, 31 en total, dirigidas a amigos de toda laya (incluso una «a un lector desconocido») que ahora se han publicado en papel con el título de Estatuas de sal (Ediciones Franz). Pero que la circunstancia ni la mención a tan oscuro periodo ahuyenten a nadie. No recuerdo haber tropezado durante su lectura con las palabras virus o muerte. Al contrario, hay mucha vida en este libro, muchas lecturas (quien ya conozca los diarios de Avelino Fierro no se sorprenderá de ello), mucho pensamiento en voz alta y mucho recuerdo, como verán si siguen leyendo. La singularidad de este libro reside en que sus cartas se iban publicando diariamente, sin la respiración pausada de las entradas de diario que el autor va entregando en TamTamPress, lo que otorga a este Estatuas de sal una espontaneidad no menos reveladora del carácter de su autor.

En el prólogo, memorable, Jordi Doce habla de la honestidad de estas páginas que cumplieron con la tarea de acompañarnos durante aquellos días, y arroja luz sobre ese tono “sabiamente descosido” de Avelino Fierro, su entusiasmo, su humor y su capacidad de convertir el mundo “en una liebre sorprendida por los faros de la curiosidad”. El fragmento que sigue pertenece a la carta del lunes 30 de marzo, dirigida a José Enrique Martínez, catedrático de Teoría de la Literatura y natural, como Avelino Fierro, de Chozas de Abajo (León).

   La casa y los animales, las tareas del campo –las conocí todas–, el crujido de las tablas de la iglesia y los responsos y jaculatorias en la voz nasal de las viejas, el toque de campanas, los árboles que siempre nos decían algo, el canto de la lechuza, la presencia de lo sagrado, el demonio, la fiebre alta, algún relato de mi abuela sobre la guerra o sobre pastores y lobos, la hora de la siesta, el crujido de las pisadas en la nieve y los carámbanos en las tejas de los aleros, las siluetas de los guardias civiles encapotados cruzando el pueblo en sus bicicletas, la recogida de aquellas ciruelas color vino en la huerta de la madrina. Ah, claro, la vendimia; el acompañar al abuelo Quico a regar o a mi padre a la siega, él con la guadaña al hombro y yo con el temor a encontrar una culebra entre la hierba; la trilla; el misterio de la casa vieja cerca de la laguna; las escapadas con las bicis al monte, y la vuelta, ya anocheciendo, con el viento acariciándonos el rostro y aquel pedalear frenético cuando subíamos la cuesta del cementerio.

   Los primeros cigarrillos a escondidas. Los huertos encharcados. La abubilla. La sangre en las rodillas. Las paredes de adobe. El ruido de las esquilas y los rebaños. La caza de los lagartos y el fútbol en la pradera.

   La casa era un mundo cerrado sobre sí, autosuficiente. Los animales en la cuadra, conejos y gallinas. El pozo. El horno para la leña. Un banco de carpintero donde el abuelo hacía madreñas. La cochiquera. Un desván desvencijado, lleno de misterio, brujas y ratones.

   Había en cada estación una luz y sonidos y olores más o menos violentos. Uno de ellos estaba en la casa: el olor a zinc de aquel cubo que bajaba al pozo artesiano y volvía con agua fría de una tersura inmaculada, chocando contra las paredes de cantos rodados.

   La pena es que nunca tuvimos un río como Dios manda. Sólo aquella laguna llena de ranas y el estanque del pueblo de arriba, el pueblo de mi padre en el que yo nací el día de la fiesta. Ya me dirás…

   Todo revive ahora como un fogonazo. Aunque uno no lo quiera, parece que en estos días se hace balance de la vida. Llegaba la noche y salíamos a la calleja. Nunca he vuelto a oír sonar esa música de silencio, nunca he vuelto a ver tantas estrellas.


jueves, 8 de octubre de 2020

DOS MEZQUINDADES

Camino del colegio, con Laura y Andrea, llegamos a la altura de cuatro mujeres que hablan tan entretenidas que seguramente no se dan cuenta de que ocupan toda la acera. “Ay, perdona, hijo, estamos en medio”, dice una de ellas mientras las otras siguen hablando. El pasito que da no cambia la situación, y tenemos que pasar en fila india. Pero ella quedó de educada, que es lo importante.

En el supermercado, ya en la caja, se coloca detrás de mí una pareja de unos 50 años (en el supermercado la edad me parece relevante). Como sólo llevan unas pocas cosas les digo que pasen delante. Ella siente la necesidad de justificarse, como si fueran ellos los me hubieran pedido adelantar la cola: “Sólo llevo esto…”, lo que podría dar a entender que dejarles pasar sería lo que haría cualquiera, restando con ello, queriendo o no, valor al gesto. Hay gente que lleva hasta lo ridículo su afán de no tener nada que agradecer.


lunes, 5 de octubre de 2020

LO IMPOSIBLE

Los mejores poetas son los más personales, los de voz más reconocible (acento, matiz, color). Por eso son los más difíciles de traducir.


domingo, 27 de septiembre de 2020

EL ÚLTIMO VECINO

Ahora que los grupos del indie patrio que, para uno, tuvieron su gracia (Maga, Love of lesbian, El columpio asesino, La habitación roja, Lori Meyers, Second, Sidonie, Dorian, y ya no digamos Los planetas) parecen en franca decadencia (excepción hecha de Nudozurdo, que lo dejaron en lo más alto, Rufus T.Firefly y quizás McEnroe), cuánto se agradece descubrir un grupo como El último vecino, autores hasta la fecha de dos LPs (El último vecino, 2013, y Voces, 2016) y el EP Parte primera, 2018.

El último vecino es, como tantos, un grupo que saca partido al sonido retro y new wave. Pero no es un grupo más. El de Gerard Alegre Dòria es, para lo bueno y para lo malo, un proyecto absolutamente personal, de esas bandas que no dejan a nadie indiferente. Su actitud y puesta en escena recuerdan a La mode y otros grupos de la Movida, pero con un sonido muy mejorado, sin que el tono paródico, en cuyo límite se mueven sabiamente, pase de las letras o los juegos con la voz a los arreglos o el sonido, siempre impecables. También vienen a la memoria grupos ya más aseados como La dama se esconde ("Mi escriba") o Los secretos ("La noche interminable"), libres ya de las payasadas genialoides de tantos grupos españoles de los primeros 80. Pero el referente más cercano acaso sean Family, y bandas clásicas como The cure (a ellos suena "Antes de conocerte", la canción del sábado de este domingo) o The Smiths, cuya "Some girls are bigger than others" homenajea El último vecino en un par de temas. Más cerca, el filtro de la voz de "Un secreto mal guardado" remite a The radio dept., o "Mi chulo" a La Zowi. 

El último vecino: "Antes de conocerme" (de Voces, 2016)


sábado, 19 de septiembre de 2020

PULL

Pull eran, o son, la verdad es que no lo sé, un grupo muy peculiar, el típico que no te explicas que no haya tenido ningún eco siendo tan buenos. Las referencias en internet se cuentan con los dedos de una mano. Hay una curiosa reseña, esta, escrita por un raro metalero de mente más o menos abierta. En Youtube hay un solo vídeo, y además lo destrozaron con la memez de meter trozos de entrevista a mitad de la canción. "16th of may" pertenece a Crane, disco de debut de Pull, muy poco ortodoxo, muy variado (quizá demasiado para los intereses del grupo), sin que eso sea esta vez un defecto. Los bolos en leoneras tuvieron que ser multitud. Yo los vi con mi amigo F. en un tugurio de Valladolid en el que un guitarrista malo que cantaba fatal nos dijo en otra ocasión que no le pagaban por tocar, pero que él no tenía que pagar entrada. Estábamos en familia. El concierto fue muy bueno. Había mucha energía, pero una energía limpia. No sobraba nada. El batería era un pulpo, el bajista bien en su sitio, el teclado abriendo paisajes para la ensoñación, y el cantante y guitarrista muy tímido pero a su manera comunicativo. Sonaban a lo mismo, aunque mirando a los 4 parecieran que iba cada uno de un palo, aunque pasaran de un oscuro tema post punk a otro reggae. Fallaba un poco el atrezo, esos silencios mortales entre canción y canción, con demasiados "gracias". Yo ya conocía "16th of may" de oírla algunas noches en León con T., en los tiempos buenos de La galocha. Cuando no sonaba se la pedíamos a Miguel. ¿Por qué no pitaron Pull ni siquiera en suelo patrio? Cosas que nunca entenderemos. Esta canción no me cansa, y el disco tampoco. 

Pull: "16th of may" (de Crane, 2005)

jueves, 10 de septiembre de 2020

HILO DE NADA, AHORA SÍ

Fue un regalo de cumpleaños. Uno más, pero no uno más. La guinda, diríamos. Seis años (pero cuatro) y 35 poemas después de Lo breve eterno va a salir al mundo, que no a la vida, Hilo de nada. Cuándo empieza la vida es algo que un padre aprende, como tantas otras cosas. Diría que estos versos los ha escrito el mismo poeta, al que enseñó a mirar la Naturaleza, pero no el mismo hombre. Imposible indagar sobre la propia intimidad sin que ésta vaya dejando sus huellas. Éstas convierten a Hilo de nada, también, en un libro de familia, y nada agrada más que esto a su autor, que acaso no conoce otra manera de agradecer.

La cubierta, a la vista está, no puede ser más hermosa, con el dibujo del pintor cántabro Alfonso Guazo, una madeja que es a la vez un universo y un hilo, ese "hilo de nada" que, escribe JRJ, ata por dentro un libro como el que ha intentado urdir uno para que sus poemas, siendo lo más importante, no sean sólo sus poemas. Me queda agradecer a Eolas y a su editor Héctor Escobar su disposición y su buen hacer.

*   *   *

Este texto se publicó aquí hace unos meses. Me sigue pareciendo un buen frontispicio, y así lo dejo. El libro estaba ya, como si dijéramos, para darle al botón cuando llegó (marzo de 2020) lo que todos sabemos. Fue hacer un poco más de sed para disfrutar aún más ese vaso de agua fresca que tanto necesitábamos. He ido con Hilo de nada más lento, pero no tanto. Cerrado ya en 2017, se me moría el libro dentro. Por eso quiero reiterar mi agradecimiento a Héctor Escobar, editor de Eolas, y a Alfonso Guazo, autor de la preciosa portada. 


Hilo de nada. Eolas ediciones. 2020.

domingo, 6 de septiembre de 2020

THE CINEMATIC ORCHESTRA

Los primeros trabajos de The cinematic orchestra recuerdan a la serie "Blue break beats", de Blue Note; también a Lalo Schifrin o al último y libérrimo Miles Davis, pero con un sonido 2.0 que da cabida a lo electrónico y remite a St.Germain o Jazzanova, adalides del nu jazz. En ese registro se mueven Motion (1999) o Every day (2002), a los que diferencia la presencia, en el segundo, de las voces de Fontella Bass o el rapero Roots Manuva. Son temas llenos de recovecos y cambios sorpresivos, pero llenos de elegancia. Eso sí, no aptos para odiantes del jazz. 

La acogida del primero de estos trabajos fue tan buena que los organizadores de la Capitalidad Europea de la Cultura de Oporto encargaron a The Cinematic Orchestra componer una banda sonora para esa joya del cine mudo experimental que es The man with the movie camera, del ruso Dziga Vértov. La música se interpretó en directo durante la proyección de la cinta. Algunos de sus temas, como "All things to all men" o "Evolution", serían reutilizados en Every day, antes de grabar el score en 2003.

Tras publicar una muy personal versión del "Exit music" de Radiohead, The cinematic orchestra graban, ya en 2007, Ma fleur, en el que a la voz de Fontella Bass se unen las de Patrick Watson y Lou Rhodes, tan frágiles ambas. Aquí empieza a ser la de TCO una música más despojada y ambiental, con delicados arreglos de cuerdas o vientos (como en "To build a home"), pianos, algún coro o una guitarra acústica, todo ello sotto voce, dando también voz al silencio. Precioso disco, Ma fleur, como muestra el botón de "Time and space".

A Ma fleur sigue otra banda sonora, para el documental de Disneynature The crimson wing: mistery of the flamingos (2008). Si bien una banda sonora difícilmente puede ser lo más representativo de un grupo o solista, estando como está al servicio de la imagen, ésta es marca de la casa por la capacidad para levantar paisajes sonoros y la finura de los arreglos (véanse "Hatching"o "Crimson skies").

Sigue la buena estrella de la banda. Les encargan el recopilatorio Late night tales de 2010 y abren In motion#1, primera entrega de una serie de ediciones dedicadas a la música de inspiración cinematográfica. Tras un parón de siete años, en 2019 llega To believe, con siete canciones, largas como de costumbre, que alternan lo estático y lo cinemático, con nuevas colaboraciones vocales, entre las que destaca la de Tawiah en la preciosa ""Wait for now/Leave the world". Un año después sale el álbum doble To believe. Remixes. El del tema citado, a cargo de Mary Lattimore, debería escucharlo todo el mundo al menos una vez antes de acostarse. Recomendado queda.

The cinematic orchestra (Mary Lattimore rework):
"Wait for now" (To believe (Remixes), 2020)


jueves, 30 de julio de 2020

NUEVAS GLOSAS A EDER, Y III


Que digan de un escritor que es “escritor y poeta” suena sospechoso, como decir de un médico que es “médico y practicante”.
[Es verdad, y resulta curioso. Como si los poemas no se escribieran.]

Los escritores sin imaginación nos cuentan su vida y hacen bien si lo hacen bien.
[Pues anda que no hace falta imaginación para contar la propia vida… También la verdad se inventa.]

Un libro de aforismos se salva si tiene un aforismo inolvidable.
[Y un libro de poemas también. Sin embargo, parece más difícil que suene la flauta en la poesía que en el aforismo, por el mismo motivo por el que hay más versos memorables que poemas memorables.]

Las biografías de los artistas suelen ser descensos a los abismos o subidas al Everest.
[Los que no están dispuestos a pagar una excursión a pie de vida no saben lo que se pueden perder.]

El escritor tiene que tener olfato para saber qué palabras no debe utilizar porque en poco tiempo serán pesos muertos.
[Lo sé, y no lo aprendo. En esto el oído no ayuda precisamente al olfato.]

La lucidez no existe donde falta el humor.
[Exactísimo. Pero cuidado con las cantidades de cada ingrediente: de lúcido a lúdico, mala cosa.]

Los mejores maestros de ética son Spinoza y John Wayne.
[Si admitimos pulpo como animal de compañía, seamos justos y completemos la terna: Spinoza, John Wayne y John Ford.]

Como escritor es elegante no haber recibido ningún premio literario, pero solo si uno no se queja.
[Pero solo si uno no se ha presentado a ninguno de ellos.]

Los médicos tendrían que tener una asignatura en la carrera que les enseñase la importancia de tener delicadeza con los enfermos.
[No solo los médicos. Pero la asignatura de “Humanidad” debería darse en casa desde 1º de vida.]

El crítico literario bueno es malo.
[Y la mayoría de los críticos literarios malos son bonachones.]

Los que no recuerdan sus fracasos amorosos están condenados a repetirlos.
[No es que no los recuerden, sino que ante una nueva flor se emboban tanto como para olvidar que de aquellos polvos vinieron esos lodos.]

lunes, 27 de julio de 2020

NUEVAS GLOSAS A EDER, II


Las parejas en las que ella le corta el pelo a él duran más.
[Por contra, y para compensar, las parejas en las que ella le explota a él las espinillas duran menos.]

Regalar es una forma elegante de pedir.
[Podrá ser una forma elegante de agradecer. Pero regalar para forzar una contrapartida –y esas cosas se notan– es lo menos elegante del mundo.]

Si tallas un corazón en un árbol puedes ver cómo crece tu cursilería.
[Y también cómo tu corazón se ha ido rompiendo por muchos sitios.]

Si tienes amigos indiscretos el tonto eres tú.
[¿Habéis oído, gente?]

Hay aforismos que levantan la caza para que otros escritores la cacen escribiendo una poesía o un artículo.
[Eso es bueno, y son los mejores aforismos. Por suerte hay pichones para todos.]

Muchos políticos se corrompen para no ser ceros a la izquierda.
[Sin duda les gustan más los ceros a la derecha.]

Hay personas que nos sirven de referencia sobre ciertos asuntos polémicos: tenemos que ponernos siempre en el lado opuesto al suyo.
[Tenderemos, sin duda, a hacerlo, pero nunca está de más pasar cada cuestión por el tamiz de nuestro propio entendimiento.]

Todos hemos pasado de niños por la tortura de tener que comer coliflor.
[Pero se podía lenificar con la mayonesa. En cambio, ante el hígado, con ese olor a sangre, solo valía taparse las narices con la otra mano. Y que no te vieran.]

El solitario desarrolla estrategias para ir perdiendo amigos.
[Quizá ni le haga falta. Basta con dejar que el camino se llene de maleza.]

Quizá ya seamos una nueva especie: el homo internetensis.
[Lo fascinante es que el homo internetensis nos conduzca de vuelta al homo erectus.]

En España hay días de agosto en los que uno cree reconocer a la misma mosca de todos los veranos.
[No solo eso, es la misma mosca para todos los españoles: la que nos despierta de la siesta.]

El efecto opiáceo de la novela no lo consigue ningún otro género literario.
[Cierto. Nunca entenderé que la gente prefiera ver una maratón que los 1500 o los 100 metros lisos.]

CURSES

Curses: "Without pain" (de Carcassonne, 2019)


miércoles, 22 de julio de 2020

NUEVAS GLOSAS A EDER, I



















El oráculo irónico (Renacimiento, 2019) es la última entrega del que acaso sea el más fino de nuestros aforistas, Ramón Eder. Sigue a Ironías (2016) y Palmeras solitarias (2018). Lo que convierte a Ramón Eder en punta de lanza del feliz momento del pensamiento breve español es, para uno, un centro de gravedad al que no escapan la inteligencia, el humor, el relámpago poético (en ocasiones cercano a la greguería), la mirada a un tiempo crítica y compasiva ni una bondad que prescinde del sarcasmo y, cuando incide en la ironía, la aplica a las costumbres, no a las personas.
Aquí, aquí y aquí se jugó a la conversación con los aforismos de Ironías. Reincido ahora en tres nuevas entregas, no sin cierto regodeo parasitario, con los de El oráculo irónico. Esto es todavía mejor que traducir.
*
Toda persona inteligente trata de hacer las paces con sus amigos.
[La cuestión es saber si no han dejado ya de serlo.]

El libro que compramos lo leemos con más interés que el libro que nos prestan.
[Porque al comprar el libro también pagamos la emoción y el riesgo de la apuesta, y eso es intransferible.]

Si al amor le quitas lo cursi solo queda el alborotado sexo de una raza de primates.
[Pero mira la mirada, ojo con los ojos.]

Los Premios Nobel de Literatura deberían dar todos los años el Premio Nobel de Literatura de los Premios Nobel de Literatura.
[Y ese Premio Nobel de Literatura de los Premios Nobel de Literatura lo daría una filial china de la Academia sueca, porque, visto lo visto, el caso es, año tras año, no vel, no vel, no vel.]
  
El recuerdo de nuestras ocasiones perdidas no debería llevarnos a la tristeza sino a la decisión de no perder ni una más.
[Pero cuidado con el calentón. También perdimos muchas ocasiones que menos mal que las perdimos, y de esas no nos acordamos.]

Si tienes entre tus amigos algún canalla tú no andas muy lejos de serlo.
[¿Habéis oído, chicos?]

Creyendo que no nos veía nadie cuántas veces, en nuestros momentos de pasión, habremos sido la fiesta del poseedor de unos potentes prismáticos.
[Temo que, de verme a mí, se haya quedado dormido.]
[P.S.: De segundas me doy cuenta de que el voyeur no me miraría precisamente a mí. Qué pena todo.]

Los que escriben “Cioran” con acento lo hacen porque lo han leído mal.
[Ni tanto que lo han leído mal: ni siquiera se han tomado el trabajo de suicidarse.]

Todo buen escritor ha escrito sin darse cuenta algunos aforismos excelentes.
[Y aquí es donde entraría en juego el “marrón”. Igual que existe el “negro”, que escribe para otros, ¿por qué no contar con un “marrón” que nos ahorrara el marrón de rebuscar esos excelentes aforismos?]

Hay canciones fantásticas porque nos hacen recordar una maravillosa sensación olvidada.
[Canciones que llevan a sensaciones, olores que llevan a recuerdos, colores que llevan a impresiones… sucesivos yoes chocando entre sí a ciegas en un laberinto de sinestesias del que nos gustaría no tener que salir nunca.]


Hay que luchar hasta el final con los residuos de reptil que tenemos en el cerebro.
[Es el más difícil todavía: luchar con los residuos de reptil con residuos de reptil.]

Uno de esos que no son como hombres del Renacimiento que lo hacían todo bien, sino posmodernos que hacen de todo pero todo mal.
[De aquéllos se ocupó Castiglione, y éstos se ocupan de nosotros, para castiglione nuestro.]

Muertas o casi muertas la gran novela, la gran poesía y la filosofía sistemática, ha llegado la lacónica época del aforismo.
[Aforismos, microrrelatos, haikus… ¿Se podría hablar de tanguificación de la literatura?]

No hay dos éxitos iguales, pero todos los fracasos son parecidos.
[No sé yo. Va mucho de que te den calabazas a que te den perro a que te den julepe a que te den…]

Recibir un premio prestigioso ayuda a los viejos a levantarse de la cama.
[Ya lo dice el refrán: A misa no porque estoy cojo, a la cantina poquito a poco.]

El mismo artículo publicado en El País o en el ABC no dice lo mismo.
[El mismo contertulio en La Sexta o en Intereconomía tampoco dice lo mismo.]