sábado, 29 de octubre de 2016

CARACOLES, CHÍNFANOS

Salir a la calle se convirtió en un problema de conciencia. Con las lluvias habían invadido las aceras miles de diminutos caracoles. Podía haber tranquilamente cien de ellos por metro cuadrado. Iba, para más inri, con el carro. Sara venía unos metros detrás, de puntillas. A cada paso se oía su prematura aniquilación, se sentía en la planta de los pies el crepitar de sus débiles conchas al romperse. Estoy seguro de que habrá quien disfrutaría de ello, como quien muerde avellanas más que por su sabor por su manera de romperse en la boca. Alguien como el que, hará un par de semanas, se dedicó a estampar contra la pared de un local comercial una decena de viruleros, nuestros inofensivos chínfanos. Sus cuerpos, todo patas, tachonaban el muro blanco de un modo indecoroso, grotesco, separados entre sí como medio metro. Tal vez el facineroso iba a la compra y sin detenerse los iba estampando con la bolsa que llevaba. 

A su pequeña memoria, la canción de esta semana.

Tindersticks: "My oblivion" (de Waiting for the moon, 2003)
 

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