El mismo instinto que me llevaba a conducir más despacio cuando iban las niñas, tan cucas, en el huevo, me hace ahora acelerar. Y claro que no me gusta, pero el coro es a veces más insufrible que un sprechgesang a dúo. “¡Pitito, pitito!” [chupetito, chupetito], reclama Andrea entre crecientes sollozos. Mientras, Laura exige: “¡Túnel, túnel!” Cuando entramos en un túnel, la del pitito: “¡Calle, calle!”. Las piruetas persuasivas de su madre para capear el temporal, con una paciencia que me pasma, apenas logran mitigar la rebelión uno o dos minutos. Lo del túnel empezó como un recurso perfecto. En realidad anunciábamos un túnel cada vez que pasábamos bajo otra carretera o incluso un panel luminoso. Pero cuando llegaron los túneles de verdad ya no se conformaban con paneles: “¡No túnel, no túnel!”, denunciaban a coro. Les gustó las primeras veces la idea del túnel vegetal que forma la unión de las ramas de los árboles a ambos lados de la calzada. Incluso atisbé por el retrovisor los ojos ilusionados de Andrea ante el anuncio de un semitúnel vegetal. Mañana nos vamos a Portugal. 6 horas de coche. Harase con nocturnidad.
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