Hay una pesadilla recurrente. No sabría explicarla, ni
siquiera ilustrar alguno de sus fotogramas. Para recordar un sueño necesitaría tomar nota de él enseguida al despertar, y desde luego este no quiero
recordarlo, ni que se instale también a este otro lado del sueño. Pero
cuando llega la reconozco. Puede estar semanas sin visitarme, pero siempre
vuelve, porque tiene ya hechas las roderas en mi cerebro. Qué preciso trasunto de la muerte: algo que está ahí, creciendo, y en lo que no se quiere
pensar. Tiene cada vez más poder en mi sueño, como, a este otro lado del sueño, la muerte, que nos doblará, lo sabemos, en la última batalla. Pero ese segundo en que dejemos de
respirar, ¿podrá acaso borrar tantas victorias, el vino compartido en amistad, haber olido juntos la retama, la
mirada del sí, el abrazo del hijo? Sé que no.
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