martes, 26 de junio de 2012

LAS MOSCAS

Las moscas. Las familiares. Deliberan inquietas en torno a la mesa redonda del aire. Su danza, desbaratable por humana mano, no deja de ejercer cierta hipnótica atracción sobre nosotros, los al suelo apegados.

En El bosque animado, Wenceslao Fernández Flórez las retrata, asamblearias, en plena convención anual, su líder instigándolas contra la tranquilidad del género humano y humillando a una araña cuya celada trunca la reveladora luz del día.

Desde nuestra misantropía se podría extraer lección moral de la siguiente parábola: una mosca y una abeja, dentro de una botella de cristal abierta, tumbada y vacía, pugnan por salir de ella. La perspicaz abeja, no sin lógica, intuye que en la base, más ancha, hallará la salida, pues en ese punto se aprecian más claramente los colores del exterior. Obcecada, choca repetidamente contra el cristal hasta no encontrar sino una muerte lenta. En cambio la atolondrada mosca, que no se para a pensar, rebota enloquecida contra el vidrio hasta que el azar, arbitrario y a menudo injusto, la devuelve a la libertad.

En parte por desconfianza de la monstruosa colmena que hemos hecho del vivir, en parte por justificar mi pereza y usual falta de método, me sonrío ante el triunfo casual de la enlutada mosca, aunque desagradecida y cojonera me despierte más tarde de la siesta posándose sobre mi nariz en el peor momento.

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