¿Qué puede darnos más alegría
que dar alegría, así sea a un perro y ese perro ajeno? Caminaba por el parque
acompañado de una rama a la que iba dando patadas cuando vi venir como una
centella uno de esos perros blancos y pequeños. Me detuve. Él frenó, ensayó un
amistoso ladrido y me miró tontamente, esperando. Pateé el palo y corrió hacia
él como si le fuera la vida en llegar un segundo antes. Lo apresó emitiendo un
gañido y, olvidándose de mí, se lo llevó a su dueña. Así perdí un trozo de rama
muerta, que es poco perder, y gané una de esas felicidades modestas de que está
hecha la felicidad.
Y corriste a traernos esa felicidad pequeña, tan hermosa como una rama muerta.
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